En el libro Lo sguardo di Giano: Saggi su Carl Schmitt, de próxima aparición al inglés y desglosado minuciosamente hace ya varias semanas por Alberto Moreiras, Carlo Galli analiza con lucidez las diferencias entre Carl Schmitt y el autor de Il Principe. Es curioso, como hace notar Galli, que un autor que se pudiera equiparar rápidamente con el llamado “realismo político” figure con tan poca frecuencia en la obra de Schmitt, y lo que es más, termine por generar un llamativo silencio a lo largo de la obra producida tras la segunda guerra mundial; es decir, aquella que asociamos con el viraje de los discursos de la soberanía y el katechon hacia la indagación global del nomos de la tierra y las formas de preservar el ius publicum europaeum. En efecto, tal y como sugiere Galli, en Schmitt habrían dos Maquiavelo paralelos, lo cual supone desde ya lo que pudiéramos llamar la “aporía maquiavélica” en el pensamiento schmittiano.
En primer lugar, un temprano Schmitt vincularía a Maquiavelo a un pontífice de la “tecnificación de la política”, y así uno de los responsables del devenir moderno de la política como actividad íntegramente inmanente (al igual que Spinoza). Como ideológico de los fines políticos, la instrumentalización de la religión del florentino le parece a Schmitt consagrar el vaciamiento mismo de la legitimidad de lo moderno, y en tanto tal, la raíz de la perseverancia del nihilismo como forma de la historicidad epocal que culminaba en el pensamiento de Nietzsche (Galli hace notar, sin abundar mucho en el nexo, la manera en que Maquiavelo aparece repetidamente homologado a Nietzsche). Maquiavelo se ubica en una exterioridad de toda teología política desde el momento en que ésta se asume como artificio de la hegemonía. Al decir de Galli:
“Schmitt lee El Príncipe como un tratado acerca de las dificultades que encuentra el “Príncipe nuevo”, una vez terminada la continuidad de la tradición monárquica, para gobernar en una situación ilegitima. …Por lo tanto Schmitt encuentra en Maquiavelo a un pensador que ha comprendido la crisis epocal que da origen a la modernidad, haciendo de todo poder un poder necesariamente ilegitimo”.
El otro Maquiavelo le ofrece a Schmitt un reverso de aquel signado por la técnica del fundamento político de mando en el vacío de la legitimidad. Es así donde, a partir de los treinta, Schmitt modifica su lectura hacia un Maquiavelo, a la manera del Althusser de la “ausencia determinada”, ahora abierto a lo político como contingencia y a la potestas directa que incide en la apertura situacional más allá de la armadura legalista de normas genéricas erigidas por el derecho positivista. Leído desde El concepto de lo político, Galli propone que el Schmitt de “La era de la política integral” (conferencia leída en la Roma de 1936), y del previo opúsculo “Macchiaveli” (1927) publicado en el Kolnishe Zeitung, reconstruye al pensador renacentista como uno de los precursores de la figura del Estado como aparato katechontico de la Modernidad, capaz de dar forma (gestalt) al nihilismo moderno impulsado ya sea por la crisis de la legitimidad tras la destrucción del complexio oppositorum de la autoridad papal, así como por el triunfo economicista del liberalismo europeo.
Lo que está en juego entonces para Schmitt (como autoridad ante el conflicto), así como para Althusser (para repensar la lucha de clases en tanto el desarrollo desigual y combinado), no es solo la relación Maquiavelo-Modernidad, sino Maquiavelo como la posibilidad de repensar al Estado como dispositivo que, internamente, fuera capaz de mediar entre el sistema categorial moderno y la concreción de lo político como lugar de arbitraje del conflicto. En este sentido, no es casual que Galli cite a Schmitt y recuerde que para el autor de Romanticismo Político “Maquiavelo era un pobre diablo” (ein armer Teufel); expresión no del todo feliz si recordamos, siguiendo a Heinrich Meier (The Lesson of Carl Schmitt) y más recientemente a José Luis Villacañas*, que justamente el último Schmitt de Glossarium, explicaba la aparición de Hitler como figuración del diablo en el intento de dar-forma (Gestalt) a lo político. Así, Maquiavelo significó para Schmitt el representante límite, me gustaría sugerir, de la substancialización de la política que siempre lleva consigo la traza de su destrucción. Como en el póstumo Machiavel et nous de Louis Althusser, aunque por otras muy distintas vías, la lectura de Schmitt sobre Maquiavelo vía Galli dan cuenta de la necesidad de transformar la política hacia otra parte luego de su caída en el origen mismo del republicanismo renacentista en que se quiere pasar a la unificación bajo el arche (la Monarquía).
Tras la publicación del ensayo sobre el tropo del Leviatán en Hobbes, Schmitt vuelve a su posición originaria en torno a Maquiavelo, puesto que ya ni la idea de Estado Total (tesis que le habría traído problemas con los propios ideólogos del Nacional Socialismo) resulta convincente como katechon de lo moderno. Más allá del “concepto de lo político”, Maquiavelo prescindía de un concepto jurídico de la soberanía, y por lo tanto de la excepción decisionista, lo cual ahora parecía mucho menos útil que la máquina inoperante y mortal (el Leviatán) desde la cual Hobbes intentó responder a las aporías de la legitimidad moderna polarizadas entre soberanía y biopolitica, entre autoridad y obediencia voluntaria (auctoritas non veritas facit legem). Aparece así, nos dice Galli, un “Maquiavelo demasiado humano” incapaz de haber imaginado la insuficiencia de la máquina-Estado (Hobbes) a partir del diseño de la “política como energía” (virtud).
Sin querer homologarlas, ni mucho menos pretender establecer una equivalencia mutua, el descubrimiento de la insuficiencia de Maquiavelo para Schmitt tiene resonancias con el reverso de otras de sus importantes lecturas, ya aludidas, durante la segunda mitad del siglo veinte: me refiero, a aquella llevada a cabo por Althusser, quien reconstruye un Maquiavelo de la práctica teórica concreta, expuesto al momento aleatorio, cuyo vacío signa el momento inicial de la forma política sin principios.
Por lo que el regreso a Maquiavelo, en ambos, explicita la destrucción de una cierta política de la afirmación, y el comienzo de un pensamiento “infrapolítico” y situacional donde la pregunta por los comienzos deviene inherente al interregno contemporáneo ya marcado no solo por las transformaciones fácticas de la política internacional, sino por el derrumbe abismal de sus matrices categoriales. Maquiavelo es ahí el síntoma de una promesa a encarar el nihilismo que se abre como sombra de lo moderno.
Nota:
*José Luis Villacañas estudia la relación entre la concepción del genio y la forma (gestalt) en Schmitt en una reciente intervención “Carl Schmitt: una autocrítica”, leída en el marco de la conferencia “Literatura / Posthegemonia / Infrapolitica”, Universidad Complutense, 16-18 de Junio, 2014.
Coincide mi lectura de esta interesante nota con la de una entrevista a Gadamer en la que le viejo hermeneuta apolítico habla sobre Carl Schmitt y lo que él considera su decisionismo irónico o lúdico (y acaso nihilista). Reproduzco el pasaje:
“-Usted es célebre por su capacidad para dialogar. Y en todo ello aparece en las antípodas un personaje inmenso como fue Carl Schmitt. ¿Lo conoció?
GADAMER.- Sí, por supuesto, pero con él no tuve una relación sencilla. Y a mí, como protestante, el mundo de sus pensamientos me parece un tanto lejano, extraño. Devoré su libro sobre el romanticismo político; en particular, la parte sobre Schlegel me impresionó. Tal vez es cierto eso de que más que un jurista fue un teólogo político. Sin sus raíces en la visión católica de la historia universal no resultan comprensibles sus conceptos. Pero el contacto personal con él fue muy difícil. Muchas veces me irritaba con su comportamiento de superioridad. Recuerdo que cuando estuve en Leipzig, durante la guerra, a menudo venía a nuestra ciudad, donde estaban muchos de sus discípulos. Formalmente su comportamiento era muy gentil, pero la obviedad con que nos trataba a todos, como si fuésemos un grupo de ingenuos, era irritante, casi ofensiva.
-¿Para usted él era un gigante?
– Por supuesto, era un gigante, un enorme jurista, infinitamente superior a todos los juristas de su época. Y por esto se divertía discutiendo sofísticamente, jugaba con sus interlocutores como el gato con el ratón. Se divertía recitando un fragmento, escenificando disputas.
-¿En qué sentido?
-Por ejemplo, recuerdo cuando en una ocasión, durante una visita suya a Leipzig, se discutía sobre un tema ficticio: si un hombre político que había cometido un crimen debía ser entregado a la justicia ordinaria. Carl Schmitt se divertía en defender, con una habilidad muy fina, la posición de acusado, sosteniendo que aquel crimen debía ser considerado como una debilidad irrelevante con respecto a la importancia del hombre político. Éste debe ser sustraído del orden de los mortales comunes: hace la ley, pero se halla por encima de ella; debe ser libre. Carl Schmitt defendía esta tesis, para todos nosotros absurda e inaceptable, con una habilidad sofística. Lo que me ponía fuera de mis casillas era que en realidad no éramos capaces de rebatirlo, aunque era evidente que se había pasado de la raya. En el interregno me convencí de que entonces, como en otras ocasiones, para él se trataba de un juego de habilidad, en el cual se empeñaba por su gusto por lo paradójico.
-¿Se podría decir de él que fue uno de los últimos herederos del gran Renacimiento del pensamiento político, el último de los Maquiavelos?
-Creo que también su decisionismo, del que tanto se ha discutido, fue una máscara tras la cual se escondía. Es un juego irónico del cual se han burlado algunos poli-tólogos contemporáneos. Se burlaba de todos los intelectuales, incluidos los filósofos, de los ingenuos juegos que desataban sus diatribas por la real dialéctica del mundo, por la historia universal, cuyo sentido lo tenía a flor de piel. Probablemente fue demasiado inteligente para nosotros.
-¿Pero era en verdad un juego irónico de Schmitt?
-Estoy convencido de que si no se tiene en cuenta esto, no se puede entrar en el alma de su pensamiento, que era un concentrado de religiosidad y agudeza conceptual, al fondo del cual estaba la inaudita convicción de ser el auténtico intérprete del orden católico de la historia universal.”
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Gracias, Gerardo, magnífica nota, y gracias, Antonio, por copiarnos esos fragmentos de Gadamer. Creo que es quizás el momento de plantearse el enigma que supone el relativamente reciente texto de Agamben sobre la dimisión del Papa Benedicto. Igual que Schmitt y Althusser y Galli, Agamben constata el fin de toda legitimidad en las categorías de la política contemporánea, que es donde empieza Gerardo en torno a Maquiavelo (también Maquiavelo habría dicho que “todo poder es necesariamente ilegítimo”). Gadamer supone que el irónico Schmitt pudo denunciar la carencia última de legitimidad de lo político a favor de una filosofía de la historia católica, que sin embargo nunca propuso afirmativamente (solo como genealogía denegada en el origen de la política moderna). Lo que hace Agamben es, a propósito del Papa Benedicto, restituir la filosofía católica de la historia. Que, obviamente, sería la única forma en la que Agamben puede pensar se podría combatir el nihilismo a tumba abierta de la ilegitimidad presente. La evolución de Althusser es más complicada, pues en él lo que está en juego es casi el procedimiento opuesto: él empieza por el abrazo dogmáticamente férreo a una filosofía de la historia, coincidente no ya con la tradición católica, pero tampoco con el marxismo originario, sino más bien con la escatología del Partido cuya filiación es clásicamente estalinista, para ir “subterráneamente” abjurando de ella hasta el punto de hacer su obra una obra a leer sintomalmente, pues no puede hacerse coherente en lo relativo a principios. Entonces, la destrucción de la política en Althusser no se hace a partir de una alusión, implícita (Schmitt) o explícita (Agamben), a una filosofía de la historia de carácter religioso (con respecto de la cual el marxismo althusseriano sería una clásica secularización), sino que se hace ya como invivibilidad de la filosofía de la historia, como insoportabilidad de toda filosofía de la historia. Esa insoportabilidad arroja de sí un aroma de locura, como sabemos. Lo que queda es una destrucción conceptual abierta y un camino sin trayecto–el materialismo aleatorio obviamente no hace sino anunciar ese camino abierto pero no seguido, quizá no seguible. Cuando nosotros decimos que hoy la política debe pensarse infrapolíticamente o correr el riesgo de no poder pensarse nos referimos a esa constelación de problemas o situaciones. Pero también proponemos, implícitamente, que la réflexión infrapolítica ni apunta a la reconstitución fantasmática o irónica de filosofía alguna de la historia, ni apunta a la locura del eautontimoroumenos, la incoherencia que solo puede rescatarse de sí misma sintomalmente. Busca otra cosa.
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El retorno de Maquiavelo, como el de los autores-fuente que han vivido una época de honda crisis política, corresponde, en efecto, a un momento de quiebra de las categorías políticas modernas, a lo que aquí se ha llamado “nihilismo” o situación de posible “comienzo”. Respecto de aquel me parece lógico el titubeo de Schmitt: por una parte podría encontrar en el florentino el primero en pensar la “autonomía de lo político”, y, en cierto modo, un punto de apoyo al momento “decisionista” en la evolución schmittiana, o al denominado “realismo político”, pero, por otro, la ajenidad total de Maquiavelo a la “cuestión del derecho”, siquiera a entender realmente “el Estado”, hace que el Kronjurist se distancie de él -eso, sin incluir aquí elementos como el “materialismo” sin concesiones (que tenía que chocar radicalmente con la fuente católica del universo schmittiano – como nos recuerda la jugosa nota de Gadamer, introducida por Antonio; la “instrumentación” nihilista de la religión), y el profundo republicanismo del grosse Teufel (del que no quiere saber Schmitt, prefiriendo la schopenhauriana consideración de “técnico político”; romanismo católico/ romanismo republicano), dos factores demasiado irritantes para la sensibilidad schmittiana.
Conforme con esto, considero que la cuestión de “legitimidad/ilegitimidad” es totalmente ajena a todo el pensamiento maquiaveliano. En esto es aún “antico”, para él no es una cuestión de legitimidad o no-legitimidad la división central que delimita lo “político o civile” de lo que no lo es (tiranía/república), sencillamente sólo lo segundo es el orden en que los hombres que viven juntos pueden ser felices y prósperos, es lo que un Aristóteles diría que es lo por natura adecuado a la pólis. Il Machia ha mostrado los mecanismos internos al poder, y cree que dominándolos un príncipe podría, hasta cierto punto, sostenerse en la situación más adversa, pero en realidad, si entiende verdaderamente el terreno que pisa, se daría cuenta de que la república es el régimen más estable y conveniente, y hacia él debiera caminar si no quiere vivir en continua zozobra. De esta manera, il Machia puede ofrecer una justificación moderna de aquello que era lo kata phýsei adecuado a la pólis, y es la de su máxima eficacia en el sostenimiento del aparato del stato mismo.
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