The metapolitical collapse. by Gerardo Muñoz

We had a very rich and productive conversation this week with Josep Rafanell i Orra around the new and updated edition of his book En finir avec le capitalisme thérapeutique (éditions météores, 2022). But here I just want to entertain an early moment in the book that has some importance for some ongoing discussions. In the introduction that he writes for the new edition, Rafanell engages in a rare and honest exercise in self-critique. This is what he writes:

“Dans mon livre, je défendais une politique du soin. Onze ans après, je me livrerai bien volontiers à une autocritique rétrospective : la politique me semble destinée, irrémédiablement, à devenir une métapolitique, si nous entendons par là l’inévitable ré-institution d’identités qu’il faut représenter. Retour éternel de la police avec la violence de ses abstractions. Je pense que la politique, le politique (que vaut-t-elle encore aujourd’hui cette distinction?) nous condamne à nous absenter des mondes pluriels de la communauté et à neutraliser les effectuations de la différence” [1]. 

A lot could change in a matter of a decade. Indeed, a lot has changed for some of us, and it seems that for Orra it is no different. He is willing to admit it. He is no longer interested in defending a “politics of care” (or a hyperbolic politics), and not because it has become a recursive cliché in the empty chatter of governing metropolitan progressivism (I think of NYC or Colau’s Barcelona), but more fundamentally because the full affirmation of politics today can only contribute to the ever expansive calculative scheme of representational politics; a representational enframing that has become defunct and emptied out with the rise of administrative rationality evolving from the internal premises of political liberalism. It is true that the liberal democratic project from its inception was too weak to deal with indirect powers, and its long-lasting solution has been to engage in practices of optimization and value dispensation. But no amount of social representation can minimize effective domination. No one could defend this except in bad faith. The destiny of politics now transformed into metapolitical saturation can only muster social existence into predatory lines.

But there is another sense in which the metapolitical collapse could be understood. At least this is where I would like to displace Rafanell’s lucid intuition: the metapolitical destiny of politics emerges in the wake of the fault line between the metapolitical conditions of politics and political representation and mediation as such. Obviously, this is the problem that, already in the 1960s, the German jurist Ernst Böckenförde had to confront in his now famous theorem: the liberal state lives through conditions that it can no longer guarantee or promote.

In other words, the metapolitical conditions required for secularization have evolved (now fully realized through the West with different intensities and semblances) into the collapse of society-state mediations, turning to police powers to maintain the ‘one piece garment’ of social life. Theoretically, the dissociation between politics and its metapolitical conditions has led to attempts at generating sedative hegemonies that are always furiously defended – even at the expense of their failures – through rhetorical bravado. So, the decline of metapolitical condition entails the passage from the conditions of social contact to the endgame of the flexible and coercive management of indirect powers.

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Notes 

1. Josep Rafanell i Orra. En finir avec le capitalisme thérapeutique (éditions météores, 2022), 21.

¿Comuna o práctica de comunización? Nota al debate en Le Grand Continent sobre 150 años de la Comuna de París. por Gerardo Muñoz

A la altura de los 150 años de la Comuna de París se impone la necesidad de un balance. ¿Puede todavía la irrupción de la comuna decir algo a un presente marcado por la movilización de demandas y por la proyección de futuros previsibles? El balance de la Comuna presupone una serie de despejes para mostrar la intempestividad de su fibra. En primer lugar, entonces, podemos decir que en realidad nunca existió ninguna “Comuna” monumental e instituida en el devenir de la historia (precedente desordenado de la revolución, por ejemplo). Al contrario, la comuna pone en la superficie la “existencia del inexistente” [1]. En otras palabras: la comuna no fue un proceso histórico ni una instancia de sujeción política, sino un proceso de disyunción entre existencia y acontecimiento. La existencia es la multiplicidad que evita la concreción del sujeto; el acontecimiento, por su parte, la dislocación contra el cierre de la forma.

Por eso es por lo que jamás existió una “Comuna” tal y como quieren hacernos creer los historiadores monumentales, puesto que la comunización es necesariamente un proceso de afectación entre lo que somos y los encuentros que nos transforman en la manera en que moramos en un lugar. No se equivoca un autor anónimo al decir que la comuna, bajo el pensamiento práctico de Blanqui, constituyó la impronta de la amistad por fuera de los fueros de la organización, del Partido, de la planificación, o de la “unidad”. Todavía aquel esquematismo seductor resuena entre nosotros. De ahí que en la inscripción de los acontecimientos queden en dos subrogados: el partido de la Unidad y el partido de una amistad que sabe que lo que ha acontecido no es una “sucesión de hechos, fechas, ni un armario de ropa vieja; es el reservorio de las fuerzas de los gestos: la proliferación de posibilidades de existencia” [2]

Todavía guarda enigma aquel apotegma de José Martí, un testigo de su época: “No debe decirse la Comuna”. Lo indecible en cada comuna se retrae de la idealia de la cual extraemos lecciones para ratificar traducciones espacio-temporales. A través de esta traducción hacemos de la tierra un territorio. Otra vez: no podemos decir Comuna porque ésta es la manera en que se disuelve la comunidad para llevar a cabo algo así como “una práctica de comunización, es decir, el misterio de nuestras transfiguraciones. Y estas no tienen límites. Pero experimentar un mundo es siempre una prueba que requiere nuevas determinaciones” [3]. Desde luego, las determinaciones de cada intensificación se inscriben en las condiciones no-objetivas que atacan el ordo de la realidad. Le podemos llamar comunización a la manera en que un encuentro genera un montaje entre los materiales que disponemos y la novedad irreversible que nos ha transformado para siempre. Aquello que ha cambiado no es una fase o secuencia histórica, sino las condiciones para otros posibles modos de vida. En la contaminación y filiación cortamos sobre unificación del mundo.  

El inexistente, lo no-objetivo, y lo indecible: el proceso de comunización insiste en la división invisible de cada vida en virtud de la conquista de su destino [4]. Entendida así, es probable que la comuna ya no sea un concepto político, sino una figura para dar cuenta de una transformación de la vida una vez que ésta se ha expuesto al evento. Y, como sabemos, el evento es el enemigo del imperio. Más allá de la historia y del mesianismo, la medida de lo propio en la comunización abandona la caída de la infelicidad para vivir en lo infinito fuera de la vida.

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Notas 

1. Alain Badiou. “The Paris Commune: A political declaration on politics”, en Polemics (Verso, 2006).

2. Quelques agents du Parti imaginaire. “À un ami”, en Auguste Blanqui: Maintenant, il faut des armes (La Fabrique, 2006).

3. Una conversación mía con el pensador Josep Rafanell i Orra, de próxima aparición en la revista Disenso, mayo de 2021.

4. Gerardo Muñoz. “La época y lo invisible”, Ficción de la razón, 2020:  https://ficciondelarazon.org/2020/08/10/gerardo-munoz-la-epoca-y-lo-invisible-una-conversacion-con-asedios-al-fascismo-dobleaeditores-2020-de-sergio-villalobos-ruminott/

  • Esta nota es preparatoria para la conversación que tendrá lugar el próximo miércoles 3/17 en la revista Le Grand Continent, junto a Carlos Illades y Clara Ramas San Miguel.