Una nota a la pregunta a José Luis Villacañas. Por Gerardo Muñoz.

El intercambio con Villacañas y Moreiras ha sido iluminador, en parte, porque como decía un amigo por comunicación privada estas notas ayudan a delinear posiciones. Yo no quiero disputar ninguna parte de los argumentos, y lo que sigue es tan solo un apunte mental hecho público sobre lo que me parece que es una posición de desacuerdo y que pudiera ser tema de futuros debates. Aunque el punto del desacuerdo tampoco es tan nuevo.

Me refiero, desde luego, a lo que Villacañas llama la necesidad de legitimidad en su réplica a Moreiras. En específico, J.L.V escribe: “El republicanismo no necesita de la hegemonía, pero si necesita de la legitimidad. Y el problema es que la legitimidad no es una afirmación de archē” [1]. Pero, ¿por qué no puede la legitimidad ser jamás una afirmación arcaica? Es sabido que Weber en Economía y Sociedad habla del necesario arcano de la dominación, pero solo como trazo transitorio hacia una función moderna de los tres tipos de apelación a la legitimación racional (la tipología tripartita: racionalización, autoridad personal, y carisma) [2].

Pero lo que Villacañas entiende por legitimidad tiene sus propios tintes, y ya ha quedado muy bien esbozado en su importante ensayo “Poshegemonía de Gramsci a Weber”. Allí, J.LV. pide el abandono de la hegemonía gramsciana en nombre de una noción de legitimidad en función de una institución visible [sic], capaz de renovación en cada instancia, y garante del pacto social [3]. Y es cierto que esto no tiene nada que ver con un principio legislativo supremo o metafísico, tal y como lo comenta Schürmann en el apartado sobre la legitimidad y la legalidad en la primera parte de Broken Hegemonies.

Ahora bien, en la medida en que la legitimidad no tiene arcano, habría que preguntarse si en el momento de la expansión del estado administrativo – que pienso que es consistente con lo que Moreiras llama la ruina del orden categorial moderno de lo político, o lo que Williams llama decontainment – no hace de la legitimidad algo defectuoso. Pero defectuoso ya no como ‘equilibrio’ de movilización e instalación propiamente político, sino defectuoso en el sentido de un vacío o abismo efectivo. De ser así: ¿cómo pensar aquí la legitimidad caída hacia la pura administración?

Si se apela a la “legitimidad” se apelaría solo al concepto. Por eso la cuestión medular es si la legitimidad tiene gancho compensatorio, o es todo lo contrario. En su librito sobre Benedicto XVI, Il mistero del male (2013), Agamben ha declarado que no existe estructura de gobierno legítima hoy en la tierra. Y quizás Villacañas diría que esta conclusión se debe a su prole schmittiana que desde el registro del mito deja intactas “muchas realidades históricas operando”. Y es verdad que tiene razón.

Y con esto concluyo: lo que si es importante derivar de esto es que si ya la legitimidad no es compensatoria para un momento democratizante, lo que prosigue a la hegemonía es la poshegemonía en la medida en que, en cuanto a su segundo registro infrapolítico, abandona ya la ratio última de la política como acceso de mundo y de vida. La biopolitica ha sido el último avatar de esta posición. Si el populismo contemporáneo – la mejor posibilidad populista, digamos Bernie Sanders, digamos ciertos grupos a escala estatal batallando contra los intentos revocatorios del Civil Rights Act en el sur estadounidense, el errejonismo – tiende hacia a la apelación a la legitimidad o a la poshegemonía es ya otro asunto. Pero yo no tengo dudas que esta es la verdadera bifurcación en nuestro momento para el pensamiento.

 

 

Notas.

  1. Ver en este mismo espacio, a José Luis Villacañas. “Réplicas”. https://infrapolitica.wordpress.com/2017/04/12/replicas-por-jose-luis-villacanas/
  1. Max Weber. Economy and Society. University of California Press, 1978. P.953-54.
  1. José Luis Villacañas. “Poshegemonía: De Gramsci a Weber”, en Poshegemonía: el final de un paradigma de la filosofía política en América Latina (Biblioteca Nueva, 2015). P.165-66.

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