
Tienes toda razón: crece el barbarismo y se dilatan las miserias humanas en el desierto. A la distancia el ejercito de pedagogos pareciera infinito. Por eso ya no podemos hablar de civilización, legitimidad, virtud, o prudencia para legislar el mundo. Tampoco es un mundo para la amistad, el amor, o la compasión. Es muy probable que el malestar sea fundamentalmente un malestar de la crisis de lo invisible antes que de un problema de la escasez de recursos. Y, sin embargo, siempre nos preguntamos, ¿cómo puede ser que nadie pueda verlo? Sólo la comunidad de amigos en el pensamiento pareciera despejar un pedazo de cielo donde la distancia entre nuestros gestos y afinidades renuevan su brillo. Es algo que aparece ilustrado muy bien en un cuadro de Ker Xavier Roussel: una comunidad de amigos solo existe en virtud del canto que resuena bajo las nubes de una tarde cualquiera. La amistad es, como la claridad de las cosas, la inclinación por las formas que nunca podemos poseer. Para lo que buscamos no hay explicaciones o justificaciones. Tal vez el problema sea siempre el mismo: ¿cómo estar en condiciones de mirar? ¿Cómo hacernos de una mirada nublada un mundo carente de su condición paisajística? Este es ciertamente nuestro problema. Acotando a la mirada, nos sustraemos de la ansiedad por ser entendidos en un mundo donde todos quieren tener la razón. Y al final, hablar de esto genera el problema de las minorías, como me aseguraba hace poco un amigo. Y creo que tiene razón. La legibilidad ante lo numérico siempre paga el alto precio del cliché. No hay sentido que no sea liso. Por eso, lo importante es siempre cortar el sentido y transfigurarlo. Es probable que la minoría instale la cuestión de una antropología de las almas; un asunto ahora irreducible a las taxonomías de las clases, de la economía política, de las instituciones, o del reparto de poder. El alma implica comunicación entre amigos que buscan ver en el mundo en su mismo aparecer. Lo importante aquí es ver en la oscuridad. Esto presupone una nueva jerarquía de relaciones con el mundo, en la cual los dioses de la mirada colorean los vestidos de cada cosa que encontramos. Pero todo está por pensarse, o, más bien, es la textura misma de lo impensado. Nos patriam fugimus.
Te saluda,
Gerardo
*Imagen: Ker-Xavier Roussel. “Nos patriam fugimus (Tityrus and Meliboeus)” (1914).