
En una reciente conversación, José Luis Villacañas recordó que en un momento importante del Glossarium, Carl Schmitt ofrece algo así como la síntesis del intelecto alemán durante el siglo veinte. Schmitt escribe: “Juventud sin Goethe (Max Kommerell), esto en 1910 significó una juventud con Hölderlin, i.e. la transición del genio optimista-irónico-neutral (genialismus) al genio pesimista-trágico. Se mantuvo el marco de la genialidad, pero se agudizó profundamente. Norbert von Hellingrath es más importante que Stefan George y Rilke.” (18.5. 1948) [1]. Así Schmitt condensaba la “época del genio” como salida trágica del espíritu alemán. Y en cierta medida tenía razón. Y esto es lo que indica las reescrituras de la tragedia de Empédocles en su máxima exploración: a saber, la intromisión absoluta del “poeta como conductor” (“Der Dichter als Führer”, al decir de Max Kommerell) en la polis. Salidas absolutas, maximización de la tragedia, autodestrucción, y fundación aórgica. Sin embargo, sabemos que Hölderlin no se agota aquí. Y también sabemos que esa destrucción era necesaria para llegar al último Hölderlin; quien, mediante la exploración de la forma del himno y la poesía de Píndaro, encuentra una forma de aproximación a la realidad mediante el problema de la distancia. Una distancia que no puede ser plenamente constituida como política. Es así que Hölderlin ofrece otra salida al destino alemán irreductible a la de Schmitt, cuyo “concepto de lo político” habría quedado instalado como una de las formas (Gestalt) de la época del genio.
Hoy pareciera que Hölderlin atraviesa todos los temas que nos preocupan. Por ejemplo, el error de Agamben es haber hecho del “uso de lo nacional” una ontología (política) modal. Pero podemos dar un paso atrás y decir que “uso” es la mediación para dejar que la distancia entre vida y mundo en su caída a la tecnificación absoluta. Una caída que el propio poeta nombró bajo la figura del “titanismo”. Por esta razón es que Hölderlin no puede reducirse al jacobinismo ni tampoco a la fuerza dialéctica (moral) del universal hegeliano. Sus avisos buscan alertarnos de esa caída, hoy consumada como totalidad cibernética. En el himno “Los titanes”, Hölderlin escribía mirando a Francia: “Pronto empero, como un perro, vagara en el ardor mi voz en las calles el jardín donde viven los seres humanos en Francia. Fráncfort empero…que es estampa de la naturaleza del ser humano pues es el ombligo de la tierra…[… me oriento y espejo la almena a mi soberano” [2]. No hay dudas de que este Hölderlin es quien marca distancias, bordes, límites; y, al orientarse, sabe que la distancia es el problema ante la caída al nihilismo.
La cuestión de la “distancia” ofrece otro sentido de lo común que, en tanto evento singular del lenguaje, pone de cabeza todo el produccionismo histórico hegeliano-marxista, donde la salida a la crisis es solucionada mediante la distribución de los bienes materiales. Por lo tanto, lejos de encarnar una absolutización de la physis, Hölderlin descubre el problema de la distancia. Y esto es consistente con las últimas partes de Narcismo y objetividad (1997). Claro, el problema es que la objetividad ahora estaría organizada desde un invisible; lo invisible que es teología transfigurada que “relaja” el logos. Esto también supone que el destino no puede ser propiamente político, sino en distancia con lo político. Y aquí también hay una distancia absoluta con el Schmitt del concepto de lo político quien escribía: “la política ha sido, es y seguirá siendo el destino…” [3]. Un destino que solo puede ser una fantasía del genio.
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Notas
1. Carl Schmitt. Glossarium: Aufzeichnungen aus den Jahren 1947 bis 1958 (Duncker & Humblot, 2015). 114.
2. Friedrich Hölderlin. “Los titanes [la decisión]”, en Cantos Hespéricos (La Laguna de Campona, 2016), trad. Verónica Jaffé. 185.
3. Carl Schmitt. El concepto de lo político (Alianza editorial, 2014). 105.