En apertura. Respuesta a comentarios sobre La fisura (2025) en Ñuñoa. Por Gerardo Muñoz

Lo que sigue a continuación es una síntesis escrita de mi réplica en la presentación de La fisura posthegemónica (Doblea Editores, 2025), en la que intervinieron Mauricio Amar, Ángel Octavio Álvarez, Miguel Ángel Hermosilla, y Lieta Vivaldi el 3 de octubre en Ñuñoa, Santiago de Chile. Esos comentarios aparecerán en el próximo número de la revista Escrituras Americanas.

Agradezco enormemente las intervenciones de mis amigos Ángel, Miguel Ángel, Lieta, Mauricio, porque en última instancia un libro no es nada sin la posibilidad de ser encarado y llevado fuera de sus límites. Mauricio Amar preguntaba por la apuesta general del libro, y quizás pueda decir algo sobre esto. Este libro se inspira en lo que me gustaría llamar la escritura del adiós o del farewell. Siempre me ha llamado la atención que, al comienzo de este siglo, dos pensadores que admiro profundamente escribieron por separado dos libros de farewell: me refiero a Farewell to an Idea (Yale U Press, 1999) de T.J. Clark, y The Exhaustion of Difference (Duke U Press, 2000) de Alberto Moreiras. Respectivamente, adiós al modernismo pictórico, y a la suma metareflexiva sobre América Latina. Al menos para mi La fisura es una forma de decirle adiós a cierta reflexión política contemporánea. Y decir adiós supone atravesar el problema; por eso mismo, el hilo del libro es un problema de hegemonía que ha dominado el horizonte reflexivo y práctico del pensamiento teórico.

Ya aludimos al colapso de las formas de mediación, y se nos suele olvidar que forma es política, y la política es sólo posible mediante una forma. Si queremos pensar contra la dominación, a espaldas del vector retórico de la hegemonía, debemos tomar muy en serio cómo la forma hoy solo cumple la tarea de la dominación sobre la existencia y la palabra. La insistencia compulsiva que las formas ofrecen desembocan en su cierre letal (en la jerga de Alex Karp) sobre cada uno de nosotros. Ángel Octavio veía que el problema se nos presentaba como salida a otra parte. ¿Pero, qué salida? 

Toda salida remite a una trascendencia menor: podemos salir al cielo como interioridad espiritualizada; o bien, podemos salir a un espacio demónico nocturno, un hacer noche, como versa el título del nuevo libro de Constanza Michelson. No deja de ser un síntoma de época que algunos hoy insistan en el vector de la espiritualización como vuelta a la tierra, aunque ésta sea el desierto en free fall que produce el declive (stagnation). El último Tronti, con el que tuve la suerte de intercambiar, lo recogía: el único combate hoy pasa por la interioridad (xeniteia). Pero el problema aquí es que el mundo no coincide con la Tierra. Y lo que interesa, entonces, ese justamente esa no-coincidencia, esa fisura, con respecto al mundo del viviente que hoy aparece como búsqueda de región. Y la región está en su acontecer fuera del mundo más que en el fuero interno. 

O podríamos decir que está en la apertura del paisaje. No hay salida a un lugar sometido a la viabilidad ecológica. O no puede terminar ahí. Al final de cuentas, como vio un pensador en su momento, la revolución industrial fue la segunda revolución, puesto que la primera había sido la relativa a la agricultura entendida como asentamiento en el terreno. En apertura entronizamos con el cielo; o, en la bellísima definición de Kurt Badt comentando la obra pictórica de Constable: “el cielo es el órgano de los sentimientos”. El cielo aquí no es el espejo mítico que habilita la autoafirmación que conduce al humanismo catastrófico; más bien, es el punto de fuga que no se dirime en las particiones del suelo. Es curioso que la dominación en curso ya está operando como el diseño geoespacial del cielo. Esto es lo que comparte la figura del palantir de la Inteligencia, así como la Tianxia, doctrina “Todo bajo el Cielo” del emergente imperio chino. En apertura mantenemos las intermediaciones entre cielo y suelo en el fin de nuestro tiempo. 

Intervención para la presentación de Escritos desde la tierra baldía (2025) de Idris Robinson, UMCE, Santiago de Chile. Por Gerardo Muñoz

Ya no me toca decir mucho más sobre Escritos desde la tierra baldía (Irrupción Ediciones, 2025) de Idris Robinson, que se adelanta a la publicación de finales del este año de la versión en inglés publicada por Semiotexte, bajo otro título, The revolt eclipses whatever the world has to offer. El título en inglés en realidad tiene una afinidad chilena implícita, pues remite a una expresión de una conversación que tuve con Idris en los meses tras la revuelta de George Floyd, y que fue publicada en la ahora inexistente Revista Disenso. Estamos hablando de la primavera del 2021, lo que quiere decir que ya casi cinco años nos separan de ese momento. Creo que ambos estamos muy agradecidos no solo por la acogida en el catálogo de Irrupciones Ediciones, sino también por una colaboración de pensamiento real, que hace que todo sea un poco más llevadero y fecundo. En este comentario simplemente quiero registrar tres planos que pudieran contribuir en torno a la escena de escritura de Idris para luego conversar. 

En primer lugar, creo que como podrá ver el lector que se asome a la páginas del libro, lo que llama la atención de inmediato es una pulsión en el lenguaje que pudiéramos caracterizar de inmediatez y caída. Pongo el énfasis en este nudo, porque no se ha reparado lo suficiente, me parece, en la relación entre el acontecimiento de la revuelta y el lugar de la lengua. Creo recordar que Willy Thayer lo tematizó con cierto énfasis en una discusión sobre la “constitución menor” en un número de Papel Máquina de 2021. Idris es un pensador de escritura escasa, contenida, tenue; y, sin embargo, en esos meses del llamado “American hot summer” del 2020 su voz desbordó a la letra con regularidad. Un desborde que no tiene nada que ver con el reportaje de los hechos – no es un John Reed con nuevos días que conmovieron al mundo desde Minneapolis – aunque también los incluya desde luego, sino con la posibilidad misma de “decir” al calor de una instancia temporal que trastoca y anima. Si hay momentos de “golpes a la lengua”, ¿no es el acontecimiento de la revuelta la instancia donde la lengua hace presencia pura?

Ya que hablamos de presencia, en Escritos hay un timbre zigzagueante que pasa por dar lugar a la presencia de la existencia afroamericana; dejarla actuar en el teatro de su entorno. ¿Qué significa esto? Yo recuerdo que hace algunos años, el tren regional de New Jersey, el NJTransit, tuvo muchos problemas técnicos, y entonces durante un final de mes se habilitó montarse en tren sin pagar. Y durante esos días, los que tomamos el tren vimos de repente algo sorprendente e inédito: tribus de jóvenes afroamericanos – algunos tan jóvenes como de la junior high  – en pura algarabía y con sus rostros de absoluta felicidad se montaban al tren de Trenton a Manhattan por vez primera. La “muerte social” contra la existencia afroamericana de la cual Floyd es sólo su expresión extrema, no es reducible al momento de un siniestro, sino que es contra todo el mundo de circulación de lo social. En ese momento en el que el precio se ponía en suspenso, se abolía la cruda violencia que subyace la atadura entre la tarifa y el salario. Cuento esto porque me parece que la escritura de Idris tiene una operatividad que busca descomprimir esa violencia social contra la presencia indexando una textura experiencial, desfigurada. Y esta es su diferencia con las otras dos tendencias del pensamiento negro en Estados Unidos: el activismo político democrático (BLM), y el afropesimismo, que es una metateoría disolvente, aunque ciertamente muy comprometida con zonas autográficas o experienciales de escritura. Me parece que leer a Idris con esto en mente nos ayuda a afinar sus diferencias ante esas otras dos opciones del pensamiento crítico contemporáneo. 

Y finalmente, la elección del título relativo a la tierra baldía obviamente remite al famoso long poem The Wasteland de T.S. Eliot, que Idris recoge en varios momentos de sus escritos, aunque sin remitir al poeta. La wasteland para Eliot, como sabemos, constituía el horizonte en marcha de la modernidad protestante y maquínica ante la que él reaccionaba desde su catolicismo reaccionario; en Idris, en cambio, la wasteland es lo que ya habitamos, el espacio tortuoso y siniestro de la interconectividad, de las infraestructuras metropolitanas, de la exposición social regulada. Por banal que parezca creo que es muy atractivo haber puesto el énfasis en la tierra baldía, porque parte del colapso epocal en curso tiene que ver con la conquista del espacio; ya no el espacio de los astros donde Musk y los otros personajes de Silicon Valley quieren instalar sus fundos, sino la tierra misma que pisamos, y que ahora sentimos como lugar inmundo carente de sentido de ‘región’. La tierra traducida a superficie para ingenieros o world builders, por decirlo con Bruno Maçaes.  

Pensar hoy supone pensar sobre y en el espacio, haciendo espacio para abrir el no-espacio que le devuelve su dignidad contra toda reducción de lo intercambiable. La modernidad fue la época de la temporalidad, de la filosofía de la historia y del mesianismo; hoy, de la mano de Idris, podemos abrir la pregunta por el pensamiento en región, que tiene prioridad con respecto a la organización y a la economía política. Escritos desde la tierra baldía nos da paso a esto y a más. Muchas gracias.