Valorización absoluta y anti-institucionalismo. por Gerardo Muñoz

Sobre el neoliberalismo se han dicho muchas cosas y se seguirán diciendo muchas más, puesto que todavía no podemos establecer un “epochê” ante su fenómeno. El neoliberalismo no es una determinación económica o no solo, sino un tipo específico de racionalidad cuyo principio central es el ordenamiento vital. Me gustaría sugerir que la sustancia de ese principio es la valorización absoluta. Esto exige que nos aproximemos al problema desde la racionalidad jurídica. Esto es, si el neoliberalismo es una dificultad para el “pensamiento” – y no un problema regional o meramente “crítico” – es precisamente porque en él se anida la relación entre las formas que orientaron la legitimidad y un nuevo tipo de racionalidad que objetiviza al mundo. Cuando hablamos de valorización absoluta queremos dar cuenta de un tipo de racionalidad que entra en escena tras el agotamiento de la autoridad moderna. Y por eso el “valor” es esencialmente una categoría metafísica (de medición, jerarquización, y de mando) que desborda las esferas tradicionales y la división de poderes e impone una nueva fase de la dominación. La absolutización valorativa tiene dos rasgos fundamentales: a) “jerarquizar” ónticamente mediaciones entre objetos y sujetos, y b) efectuar una forma de gobierno en la medida en que la racionalidad valoritiva opera como un mecanismo “atenuante”. Dicho de otra manera: la valorización es un proyecto de la subjetividad y del orden relativo a su autoabastecimiento (la producción de valor). De manera que hay aquí ya tres puntas de un nudo que ahora podemos desplegar: la racionalidad jurídica de la valorización, una nueva lógica de gobierno, y la necesidad de un diseño anti-institucional.  

La caída de la racionalidad jurídica a la valorización ya no se limita a un problema “de juicio” de un jurista, sino que es el propio suelo de su capacidad “discrecional”. El gran constitucionalista norteamericano Cass Sunstein (Harvard Law) se ha referido a la racionalidad “cost & benefit” como “la verdadera revolución silente del liberalismo tardío”. El marco de decisión “costos y beneficios” implica, como mismo admite Sunstein, un traslado del sujeto de la soberanía: “En la historia del pensamiento democrático, muchas pensaron que el lugar central de todo el juicio es el We The People. Sin embargo, hoy nos interesa enfatizar la necesidad de un análisis más cuidado que parte de que oficiales y expertos entrenados ahora pueden ser quienes están capacitados para la toma de decisiones desde la evidencia” [1]. El nuevo guardián del orden concreto ahora se vuelve un tecnócrata quien ya no tiene autoridad de decisión; ahora le basta con intervenir desde principios discrecionales de mediación y evaluación. Por eso el físico italiano Ettore Majorana advirtió que, con el desarrollo de formas entrópicas de la experimentación científica, las nuevas formas de “gobierno” tendrán que se desarrolladas como formas de administración de los sucesos del mundo mediante valores [2]. 

En el derecho este principio de costos y beneficios ha coincidido con el auge del interpretativismo, que informa la filosofía del derecho jurídico. Ahora los jueces ya no deben aplicar el derecho vigente, sino “interpretarlo en su mejor luz”; esto es, interpretarlo desde la neutralidad del valor (la moral de turno). Desde luego, el dilema es que, como notó Carl Schmitt: “en tratar algo como “valor” le confiere la apariencia de la realidad efectiva, objetividad y cientificidad propias de la esfera economía y de la lógica de valor adecuada a esta última. Pero no debemos ilusionarnos: fuera de la esfera económica, el planteo tiene carácter negativo y la lógica del valor extraeconómico superior y supremo se pone en marcha a partir del no-valor” [3]. De esto pudiéramos derivar dos incisos. En primer lugar, que el problema de la valorización que subyace a la compensación neoliberal en el derecho no es económico, sino un fenómeno de moralidad indirecta (asumida desde la negación de un valor inferior). En segundo lugar, la valorización jurídica es necesariamente anti-institucional, en la medida en que ahora el orden concreto no es defendido mediante la aplicación del derecho vigente, sino que funciona para “validar” la distribución arbitraria de los valores de cada momento en el tiempo. Creo que sin entender este cambio de “racionalidad jurídica” no podríamos comprender el impasse del constitucionalismo contemporáneo, la hegemonía del derecho administrativo, o el éxito de la expansión de libertades individuales (Citzens United, Artículo 230, etc.) aunque no de protecciones y garantías institucionales (enmiendas constitucionales, por ejemplo). La valorización es una “consecuencia” de los viejos principios liberales: una stasis entre la “integridad del derecho” y la “búsqueda de la decisión correcta”.

Ahora bien, una nueva legalidad basada en la valorización absoluta pone patas arribas toda la genealogía de las formas de la modernidad política. Sólo hay que mirar la crisis de la financiación del voto en los Estados Unidos a partir del caso Citizens United vs. FEC (2010), la porosidad de los partidos políticos que ahora se muestran incapaces de llevar a cabo la mediación entre representación y poder constituyente; o el propio dispositivo de “movimiento” (el motor del We The People) ahora en manos de una “minoría intensa” que busca hacer coincidir movimiento-estado para soterrar a otros sin ni siquiera pasar por la discriminación del “enemigo”. Ciertamente no es una “unintended consequence” que la valorización neoliberal promueva la intensificación de la movilización total; pues la movilización es tanto el índice anti-institucional, así como la máxima evidencia de la crisis de autoridad política, en la que cada sujeto y cada causa se elevan a la “oquedad que camina por el borde de la ilegalidad, con traspiés, pero sin caída en ella” [4]. En realidad, esta es la ratio gubernamental del neoliberalismo: liberar flujos de intensificación para lugar optimizar sus efectos. Aunque en muchas ocasiones la optimización no se presente como una fase secundaria ad hoc, sino como una formalización constitutiva de la propia inminencia de lo social.

Ahora creo que vemos con mayor nitidez la dimensión del programa del neoliberalismo como dispensación de la objetivación del mundo que lleva a la representación política a su fin: la jurisprudencia en el orden concreto, las formas de representación (el partido, el ciudadano, la nación, el ciudadano, etc.), y el poder constituyente (el movimiento). Si alguna vez Norberto Bobbio dijo que el positivismo era tanto una forma de organización del derecho como ideología política (liberalismo), hoy podemos decir lo mismo del neoliberalismo: es una teoría de racionalidad económica, una filosofía del derecho, pero también una liquidación de la autoridad (ahora sustentada desde la cibernética como administración de los flujos). La cuestión es si esta racionalidad es irreversible (o si, en efecto, se puede mitigar como problema al interior de la “racionalidad”); o si, por el contrario, la fragmentación en curso ante el desierto del valor puede orientar otras salidas para registrar la separación entre experiencia y mundo. 

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Notas 

1. Cass R. Sunstein. The Cost-Benefit Revolution (MIT, 2018).

2. Ettero Majorana. “The value of statistical laws in physics and social sciences”, Scientific Papers (SIF, 2007), 250-59. 

3. Carl Schmitt. La tiranía de los valores (Hydra, 2012). 

4. Jorge Dotti. “Incursus teológico-político”, en En las vetas del texto (La Cuarenta, 2011), 275-300.

*Notas para la intervención “Neoliberalismo Hoy”, conversación con Lucía Cobos y Rodrigo Karmy en el marco de “Diálogos Pertinentes”, Instar. Enero 11 de 2021. 

Tres apuntes sobre Neoliberalismo como teología política (NED Ediciones, 2020), de José Luis Villacañas. por Gerardo Muñoz

Neoliberalismo como teología política (NED Ediciones, 2020), de José Luis Villacañas, es el resultado de un esfuerzo de pensamiento histórico por sistematizar la ontología del presente. No está mal recordar que este ensayo no es una intervención puntual sobre el momento político y el mundo de la vida, sino que es otro ‘building block’ en el horizonte conceptual que Villacañas ha venido desplegando en libros como Res Publica (1999), Los latidos de la poli (2012), Teología Política Imperial (2016), o los más recientes volúmenes sobre modernidad y reforma. A nadie se le escapa que estamos ante un esfuerzo mayor en lengua castellana que busca la reinvención de nuevas formas de regeneración de estilos capaces de impulsar una ius reformandi para las sociedades occidentales. Neoliberalismo como teología política (NED Ediciones, 2020), nos ofrece una condensación, o bien, una especie de “aleph” de un cruce particular: una fenomenología de las formas históricas junto a la reflexion en torno a la normatividad propia del principio de realidad. En este apunte no deseo desglosar todos los movimientos del libro, sino más bien detenerme en tres momentos constitutivos del argumento central. Como aviso diré que los dos primeros problemas serán meramente descriptivo, mientras que en el tercero intentaré avanzar un suplemento que conecta con un problema del libro (la cuestión institucional), si bien no es tematizado directamente (la cuestión del derecho). 

Legitimidad. Los comienzos o beginnings son entradas a la época. Y no es menor que Villacañas opte por poner el dedo en la crisis de legitimidad que Jürgen Habermas ya entreveía en 1973. Esta crisis de legitimidad suponía un desequilibrio de los valores y de la autoridad entre gobernados y el sistema político en la fase de la subsunción real del capital. El mundo post-1968, anómico y atravesado por nuevas formas de partisanismo territorial, anunciaba no sólo el fin de la era del eón del estado como forma de contención soberana, sino más importante aun, un proyecto de reconfiguración del psiquismo que ponía en jaque a las formas y mediaciones entre estado y sociedad civil. Habermas detectó el problema, pero no vio una salida. Villacañas nos recuerda que el autor de Crisis de legitimación insistió en un suplemento de socialización compensatorio arraigado en la comunicación, la deliberación, y la razón; aunque, al hacerlo, obviaba que el nuevo capitalismo ilimitado operaba con pulsiones, energías, y “evidencias prereflexivas propias” (29). Habermas no alcanzó a ver, dado sus presupuestos de la sistematización total, algo que Hans Blumenberg sí podía recoger: la emergencia de la composición “técnica” previa a la socialización que, posteriormente, se presentaría como el campo fértil de la biopolítica. La nueva racionalidad biopolítica, ante la crisis civilizatoria de la legitimidad, ponía en marcha un nuevo “ordo” que operaba mediante la energía de libertad y goce. En este sentido, el neoliberalismo era un sobrevenido gubernamental tras la abdicación de la autoridad política moderna. El nuevo ‘discurso del capital’ suponía el ascenso de un nuevo amo que garantizaba libertad infinita a cambio de una subjetiva que coincidía con el rendimiento del Homo Economicus (fue también por estos años que el filósofo bordigista Jacques Camatte elaboró, dentro y contra el marxismo, la controvertida tesis de la antropormofización del capital) (72). Si la “Libertad” es el arcano de la nueva organización neoliberal como respuesta a la crisis de legitimidad, quedaría todavía por discutir hasta qué punto su realización histórica efectiva es consistente con los propios principios del liberalismo clásico (minimización del gobierno, y maximización de los intereses) que, como ha mostrado Eric Nelson, puede pensarse como un complexio oppositorum que reúne una doctrina palegiana (liberalismo clásico) con un ideal redistributivo (la teoría del estado social de Rawls) [1]. No es improbable que los subrogados de la nueva metástasis neoliberal fueran, más que un proceso de abdicación, la consecuencia directa de una teodicea propia del liberalismo. Tampoco hay que elevar el problema a la historia conceptual y sus estratificaciones. La concreción libidinal puede ser verificada en estos meses de confinamiento, puesto que el psiquismo ha logrado mantenerse dentro de los límites del medio del goce que no se reconoce en la pulsión de muerte. Esto muestra la absoluta debilidad de una ‘economía del actuar’ en el presente; al menos en los Estados Unidos donde las revueltas han sido, mayormente, episodios contenidos en la metrópoli. De ahí que el arcano de la ratio neoliberal no se limite a la policía, sino que su textura es la de un nuevo amo que unifica goce y voluntad. Esto ahora se ha intensificado con el dominio cibernético de Silicon Valley (Eric Schmidt). 

Teología política. Desde luego, hablar de arcano supone desplazar la mirada a la teología política. Una teología política que es siempre imperial en un sentido muy preciso: busca impugnar la cesura de la división de poderes mediante una reunificación de los tiempos del gobierno pastoral (85). La operación de Villacañas aquí es importante justamente por su inversión: el monoteísmo integral que Carl Schmitt veía en el complexio oppositorum de la Iglesia imperial (Eusebio), entonces fue realizable mediante el principio ilimitado de la razón neoliberal (91). Ciertamente, no podemos decir que Schmitt ignoraba esta deriva. Al final y al cabo, fue él también quien, en “Estado fuerte y economía sana” (1932), notó que, solo aislando la esfera económica del estado, podría activarse el orden concreto, y de esta manera salir de la crisis de legitimidad del poder constituyente. Pero Villacañas nos explica de que la astucia del neoliberalismo hoy va más allá, pues no se trata de un proceso “que no es económico” (92). Villacañas escribe en un momento importante del libro: “En el fondo, solo podemos comprender el neoliberalismo como la previsión de incorporar al viejo enemigo, la aspiración de superar ese resto liberal que impedía de facto, la gubernamental total, aunque ara ello la obediencia no se tuviera que entregar tal Estado” (92). ¿Dónde yace ahora la autoridad de obediencia? En la aspiración teológica-política de un gobierno fundado en el principio de omnes et singulatim. ¿Y no es esta la aspiración de toda hegemonía en tanto que traducción del imperium sobre la vida? Villacañas también pareciera admitirlo: “[el neoliberalismo] encarna la pretensión hegemónica de construir un régimen de verdad y de naturaleza que, como tal, puede presentar como portador de valor de universalidad” (96). Una Humanidad total y sin fisuras y carente de enemigos, como también supo elucidar el último Schmitt. Sobre este punto me gustaría avanzar la discusión con Villacañas. Una páginas después, y glosando al Foucault de los cursos sobre biopolítica, Villacañas recuerda que “donde hay verdad, el poder no está allí, y por lo tanto no hay hegemonía” (103). El dilema de este razonamiento es que, al menos en política, la hegemonía siempre se presenta justamente como una administración de un vacío cuya justificación de corte moral contribuye al proceso de neutralización o de objetivación de la aleturgia. Dada la crítica de Villacañas a la tecnificación de la política como “débil capacidad de producir verdad de las cadenas equivalencias” (en efecto, es la forma del dinero), tal vez podríamos decir que la formalización institucional capaz de producir reversibilidad y flexibilidad jamás puede tomarse como ‘hegemónica’. Esta operación de procedimientos de verdad en el diseño institucional “define ámbitos en los que es posible la variabilidad” (108). Yo mismo, en otras ocasiones, he asociado esta postura con una concepción de un tipo de constitucionalismo cuya optimización del conflicto es posible gracias a su diseño como “una pieza suelta” [2]. 

Un principio hegemónico fuerte – cerrado en la autoridad política de antemano en nombre de la ‘totalidad’ o en un formalismo integral – provocaría un asalto a la condición de deificatio, puesto que la matriz de ‘pueblo orgánico’ (o de administración de la contingencia) subordinaría “la experiencia sentida y vivida de aumento de potencia propia” en una catexis de líder-movimiento (150) [3]. En otras palabras, la deificatio, central en el pensamiento republicano institucional de Villacañas, no tiene vida en la articulación de la hegemonía política contemporánea. Esto Villacañas lo ve con lucidez me parece: “…entre neoliberalismo y populismo hay una relación que debe ser investigación con atención y cuidado” (198). Esta es la tensión que queda diagramada en su Populismo (2016) [4]. Y lo importante aquí no es la diferenciación ideológica, sino formal: todo populismo hegemónico es un atentado contra la potencia de la deificatio necesaria para la producción de un orden concreto dotado de legitimidad y abierto al conflicto. Si la ratio neoliberal es el terror interiorizado; pudiéramos decir que la hegemonía lo encubre en su mecanismo de persuasión política [5]. 

La abdicación del derecho concreto. Discutir el neoliberalismo desde los problemas de déficit de legitimidad, el ascenso de una teología política imperial, o la liturgia de una nueva encarnación subjetiva, remiten al problema del ordenamiento concreto. En este último punto quisiera acercarme a una zona que Villacañas no trata en su libro, pero que creo que complementa su discusión. O tal vez la complica. No paso por alto que la cuestión del orden jurídico ha sido objeto de reflexión de Villacañas; en particular, en su programática lectura de Carl Schmitt como último representante de ius publicum europeum después de la guerra [6]. Y las últimas páginas de Neoliberalismo como teología política (2020) también remiten directamente a este problema. Por ejemplo, Villacañas escribe el problema fundamental hoy es “como imaginar una constitución nueva que de lugar al conflicto su camino hacia la propia construcción” (233). Y desde luego, el problema de la “crisis epocal” también tiene su concreción en el derecho, porque coincide con la lenta erosión del positivismo hacia nuevas tendencias como el constitucionalismo, el interpretativismo, o más recientemente “constitucionalismo de bien común” (neotomismo). Desplegar una génesis de cómo el “liberalismo constitucional positivista” abdicó hacia la interpretación es una tarea que requeriría un libro por sí sola. Pero lo que me gustaría señalar aquí es que lo que quiero llamar la abdicación del derecho positivo a la racionalidad interpretativista o neo-constitucionalista (Dworkin o Sunstein) probablemente sea una consecuencia interna a la racionalidad jurídica. (Al menos en el derecho anglosajón, pero esto no es menor, puesto que el mundo anglosajón es el espacio epocal del Fordismo). En otras palabras, mirar hacia el derecho complica la crítica del armazón económico-político del neoliberalismo. O sea, puede haber crítica a la racionalidad neoliberal mientras que el ordenamiento jurídico en vigor queda intacto. El problema del abandono del positivismo jurídico es justamente el síntoma de la abdicación de la frontera entre derecho y política (o teoría del derecho, como ha explicado Andrés Rosler); de esta manera erosionando la institucionalidad como motor de la reversibilidad de la división de poderes. De la misma forma que el populismo hegemónico es débil en su concatenación de demandas equivalenciales; el interprentativismo jurídico es la intromisión de la moral que debilita la institucionalidad. En otras palabras, el interpretativismo es un freno que no permite trabajo institucional, pues ahora queda sometido a la tiranía de valores.  

Esta intuición ya la tenía el último Schmitt en La revolución legal mundial (1979), donde detecta cómo el fin de la política y la erosión de orden concreto (mixtura de positivismo con formalismo y decisionismo) terminaría en la conversión del Derecho en mera aplicación de legalidad [7]. Schmitt llegó a hablar de policía universal, que es mucho más siniestra que el cuerpo de custodios del estado, puesto que su poder yace en la arbitrariedad de la “interpretación en su mejor luz” dependiendo de la moral. Como ha señalado Jorge Dotti, esta nueva sutura jurídica introduce la guerra civil por otros ya que la “sed de justicia” convoca a una “lucha interpretativa abierta” [8]. Aunque a veces entendemos la excepción permanente como suspensión de derechos fundamentales o producción de homo sacer; lo que está en juego aquí es la excepcionalidad de la razón jurídica a tal punto que justifica la disolución de la legitimidad del estado. En esta empresa, como ha dicho un eminente constitucionalista progresista se trata de alcanzar: “un reconocimiento recíproco universal, lo que implica que comunidad política y común humanidad devienen términos coextensivos” [9]. Del lado de la aplicación formal del derecho, se pudiera decir que el “imperio de los jueces” (Dworkin) ha cedido su ‘hegemonía’ a una nueva racionalidad discrecional (y “cost-benefit” en su estela neoliberal) de técnicos, burócratas, agencias, y guardianes del aparato administrativo que ahora asume el principio de realidad, pero a cambio de prescindir de la mediación del polo concreto (pueblo o institución) [10].

Al final de Neoliberalismo como teología política (2020), Villacañas se pregunta por el vigor de las estructuras propias del mundo de la vida (230). Es realmente lo importante. Sin embargo, pareciera que las formas modernistas de la época Fordista (el produccionismo al que apostaba Gramsci, por ejemplo) ya no tiene nada que decir a uno ordenamiento jurídico caído a la racionalidad interpretativista. Al menos que entendamos en la definición de la política de Gramsci una “moral substantiva” donde no es posible el desacuerdo o la enemistad, porque lo fundamental sería unificar política y moral [11]. Pero esto también lo vio Schmitt: la superlegalidad o la irrupción de la moral en el derecho es índice de la disolución de la política, funcional a la ‘deconstrucción infinita’ del imperio y policial contra las formas de vidas [12]. Otro nombre para lo que Villacañas llama heterodoxias, en donde se jugaría la muy necesaria disyunción entre derecho, política, y moral. 

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Notas 

1. Eric Nelson. The Theology of Liberalism: Polítical Philosophy and the Justice of God (Harvard U Press, 2019). 

2. Gerardo Muñoz. “Como una pieza suelta: lecciones del constitucionalismo administrativo de Adrian Vermeule”, 2020:  https://infrapolíticalreflections.org/2020/11/09/como-una-pieza-suelta-lecciones-del-constitucionalismo-administrativo-de-adrian-vermeule-por-gerardo-munoz/

3. Alberto Moreiras. “Sobre populismo y política. Hacia un populismo marrano”, Política Común, Vol.10, 2016: https://quod.lib.umich.edu/p/pc/12322227.0010.011/–sobre-populismo-y-política-hacia-un-populismo-marrano?keywords=…;rgn=main;view=fulltext  

4. Gerardo Muñoz. “Populismo y deriva republicana”, Libroensayo 2015: http://librosensayo.com/populismo-la-deriva-republicana/

4. Alberto Moreiras. “Hegemony and Kataplexis”, in Interregnum: Between Biopolitics and Posthegemony (Mimesis, 2020). 102-117. 

5. José Luis Villacañas. “Epimeteo cristiano: un elemento de autocrítica”, en Respuestas en Núremberg (Escolar y Mayo, 2016), 169-201. 

6. Carl Schmitt. La revolución legal mundial (Hydra, 2014). 34.

7. Jorge Dotti. “Incursus teológico-político”, en En las vetas del texto (La Cuarenta, 2011), 275-300.

8. Fernando Atria. “La verdad y lo político II”, en Neoliberalismo con rostro humano (Catalonia, 2013).

9. Adrian Vermeule. Law’s Abnegation: From Law’s Empire to the Administrative State (Harvard U Press, 2016). 

10. Gerardo Muñoz. “Politics as substantive morality: Notes on Gramsci’s Prison Writings VI”, 2020: https://infrapolíticalreflections.org/2020/12/05/politics-as-substantive-morality-notes-on-gramscis-prison-writings-vi-by-gerardo-munoz/

11. Tiqqun. “Glosa 57”, en Introduction to Civil War (Semiotext, 2010). 145.

Macrismo: populismo y nuevas derechas. (Gerardo Muñoz)

Aun no ha pisado la Casa Rosada y las medidas del macrismo ya dan un primer acorde a la época que se abre con Cambiemos: una explicitada alianza con la derecha regional en búsqueda de un acelerado agrietamiento del eje Mercosur (que en primera escena del bunker del PRO estuviese Lilian Tintori, esposa del encarcelado líder político venezolano Leopoldo López, no es un dato menor). Reclamarle a TeleSUR y a la prensa bolivariana neutralidad parece no solo injusto, sino incorrecto, ya que ha sido el mismo Ingeniero Macri el primero en hacer un guiño a la opinión pública de la nueva reorganización geopolítica en la región. Es obvio que el eje bolivariano haya contestado beligerantemente y se sienta interpelado por un marcado giro en las relaciones bilaterales con el nuevo gobierno porteño.

Si esto es así en materia internacional, en la economía ha seguido una ‘intempestiva suba de precios’ que, como ha visto en su última nota el historiador Alejandro Horowicz, marcan la clara tendencia de un proceso de devaluación y comienzo de una serie de medidas de ajuste económico que el propio jefe de gabinete Marcos Peña no ha dudado de adjetivar como “impresionante” [1]. Por el frente doméstico la sorpresiva nominación de Patricia Bullrich para el Ministerio de Seguridad prepara la grilla policial para lo que se espera que pueda ser otro ‘Diciembre caliente’. Es cierto que el actual ministro de seguridad Sergio Berni no se queda atrás en cuanto a los cumplidos de represión y despliegue securitario, pero lo nuevo aparece aquí como una réplica naturalizada por los dispositivos del discurso instalados en el mismo seno del macrismo triunfante. Lo que antes pudiera haberse leído como errónea anomalía, ahora se registra como el estado de excepción desde los cuerpos y las lenguas que lo gobiernan. Si le agregamos a todo esto, la nominación de Pablo Avelluto en Cultura y el indecente editorial de La Nación “No mas venganza” apenas un día después de la derrota del Frente para la Victoria, vale confirmar el regreso de la naturalización del discurso de los ‘dos demonios’ y de una lengua de pacificación que escamotea la continuación de la guerra sobre los cuerpos y la del propio campo de la política [2].

Están las cartas echadas y los cromos de pie para hacernos una idea de la nueva escena post-Kirchner. En efecto, esta podría ser un espejismo del kirchnerismo, aunque aun está por verse si el macrismo está en interesado o no en colonizar las reductos estatales del kirchnerismo o aplicar a la menemista, una serie de shocks sin anestesia. Esto es, solo el tiempo dirá si la ‘nueva derecha’ se constituye como tal y si el macrismo logra navegar gradualmente sobre la estatalidad y la reestructuración económica distanciándose de las formas compulsivas que caracterizaron a las derechas neoliberales de los noventa en la región; o si, por el contrario, la nueva derecha será capaz de emprender el incierto camino hacia el “cambio” aprendiendo de sus enemigo y de una larga derrota que ha durado más de una década. El mismo lema de “cambiemos” instala y apropia el horizonte progresista en una nueva jerga de la ciudadanía votante [3]. Si bien no hay elementos contundentes para afirmar uno de los dos derroteros para la derecha, si partimos de la hipótesis de la supervivencia de la cultura del consumo al interior de la era “posnacional”, como la ha designado el historiador Pablo Hupert, entonces es muy probable que la acomodación hacia una postura de nueva derecha no sea un proyecto tan arduo ni voluntarista de construir como parece.

La inclusión por el consumo y la revitalización de un neoliberalismo de baja intensidad – que se repliega y organiza a varios niveles, en la esfera laboral informal, tal y como lo ha estudiado Veronica Gago en La razón neoliberal (Tinta Limón, 2015) – sumado a la devaluación internacional de los precios de los commodities que signa el límite de la matriz de acumulación para la expansión democrática, sería consistente con una agenda de esa new right investida en clausurar el esquema de la gran política en cuanto antagonismo social y reformulación de grandes preguntas triangulantes (entrecruzamientos entre Estado, cultura, subjetividad, símbolos, y retórica). No es casual que el globo amarillo sea el símbolo de PRO, si nos esforzamos a leer en ese signo el pasaje del viejo nacionalismo culto de las banderas fascistas, a una simbología más light, donde el carnaval (notable topos de la cultura de masas) es apropiado por nuevos insumos colectivos sin aquel viejo identitarismo ocultista que sabiamente había estudiado Furio Jesi y que ahora se parecieran estar a la altura cultural del hombre común [4]. El insigne globo macrista es consistente con la esferología contemporánea de la globalización, tan animado como las propias mercancías que circulan por cada urbe. Como en las escalofriantes masas carnavalescas de los relatos anti-peronistas de Rodolfo Wilcock, el macrismo es la perversión de lo nacional-popular, aunque sin el matiz grotesco que caracterizó tradicionalmente al fascismo.

Lo que llama la atención de la novedad macrista es que reinstala ese ‘salgan todos que ahora entramos nosotros’ que apunta no solo al tan discutido ‘continuismo peronista’ de parte del FpV, sino a otro problema de fondo, tal vez un poco menos referido: el presidencialismo hegemónico. No es que Macri sea en este sentido una réplica de Kirchner, sino que ambos se cobijan sobre una misma estructura. A la apuesta de los movimientos sociales no estaría mal suplementarle el tema de la democratización del presidencialismo desde arriba, como pedía Eugenio Zaffaroni recientemente [5]. Una democratización al presidencialismo de facto funcionaría como bastidor en momentos transicionales e incluso como resguardo de los errores del gobierno de turno y sus timonazos inequívocos. Esta es la vieja tensión entre ruptura y conservación en los precarios modelos democráticos latinoamericanos, así como la pregunta que coloca en el centro la posibilidad de la democracia real en América Latina por fuera del ropaje republicano del institucionalismo de derecha (conservacionismo tradicional) y de las “transiciones” (y con lo mismo estoy diciendo una interrupción del orden que siempre ha sido interrumpido, esto es, un orden de excepcionalidad soberana).

Es aquí también donde se impone el dilema del constitucionalismo y la necesidad de su reforma. Buena parte del éxito de gobiernos de la Marea Rosada (particularmente los de Ecuador y Bolivia), se deben a procesos constituyentes capaces de reinscribir constitucionalmente la extensión de derechos plurinacionales o no-humanos al interior del Estado. Está es una tarea que excede la matriz funcionalista del derecho y que profundiza sobre sus condiciones operativas. Es por esta razón que el repetido reclamo ilustrado ‘anti-corrupción’ o ‘legalista’ corre el riesgo de perder de vista la insuficiencia del derecho como organismo imparcial (‘qué no me venga a decir Habermas sentado en una oficina en Alemania que la constitución y la ley es el canal de solución’, escribe Spivak en su reciente Nationalism and the imagination). Tal vez por estar inscrita en la tradición republicana y muy ausente de los modelos de gobernabilidad latinoamericanos, la pregunta constitucionalista, sin embargo, siempre acaba siendo menoscabada o relegada a la opción populista. Es difícil incluso imaginar que significaría un nuevo republicanismo para el debate de la política latinoamericana de cara al agotamiento del ciclo progresista sin repetir esta doble estructuración.

Éste sería un republicanismo como crítica efectiva de eso que el sociólogo boliviano Luis Tapia ha llamado, justamente, la tiranía del derecho. Por eso no estaría mal comenzar a pensarlo no solo en línea con la eventualidad del macrismo, sino como debate crítico sobre el populismo, cuya interpretación de la instucionalidad (como ha observado recientemente José Luis Villacañas) aparejado de su silencio sobre la esfera del derecho (la soberanía) pareciera ser unas de las patas flojas de la teoría de significación equivalencial de Ernesto Laclau [6].

Si el anti-institucionalismo depende de la estructuración (identitaria) de la equivalencia, ¿por qué no pensar y hacerse cargo desde el pensamiento de un republicanismo institucional de la inequvialencia? Traídos al presente, ¿no querrían populistas y neoliberales esa misma flexibilidad institucionalidad para un voluntarismo político cuya fórmula redonda es el anti-institucionalismo de la hegemonía? Es en este punto donde hegemonía equivale a soberanía excepcional de la razón transicional del poder. Las nuevas derechas – y el macrismo como encarnación inmediata – pudiera tomar este camino, sin que esto suponga un retroceso necesario hacia el “mínimo Estado” que caracterizaron a las derechas tipo Sánchez de Lozada, Vargas Llosa, o Fujimori a finales de la pasada centuria [7]. Y esto no implicaría, en modo alguno, la expansión del horizonte democrático, sino todo lo contrario. Será interesante seguir la metamorfosis del macrismo en los próximos meses, pero desde ya pareciera más fascinante pensar un institucionalismo por fuera de la equivalencia del populismo, así como del liberalismo criollo históricamente excluyente y subalternizante.

 

 

Notas

  1. Ver la columna de Alejandro Horowicz. “Los precios de la derrota”. http://tiempo.infonews.com/nota/197116/los-precios-de-la-derrota
  1. “No mas venganza”. Editorial del 23 de Noviembre. http://www.lanacion.com.ar/1847930-no-mas-venganza
  1. La pérdida de horizonte por parte de la izquierda es tal que pareciera que solo la derecha la que puede hoy enunciar o apenas trazar un plan de la utopía. Esto se comprueba con el hecho que buena parte de los gobiernos de la Marea Rosada en estos tiempos ha estado anclada en lo que Fernando Coronil llamó en uno de sus últimos ensayos una nueva teleología nacional como índice de legitimidad. Ver, “The future in question: History and Utopia in Latin America (1989-2010)”.
  1. Furio Jesi. Cultura de derechas. Barcelona: Muchnik, 1989.
  1. Eugenio Zaffaroni.” El derecho latinoamericano en la fase superior del colonialismo”. Passagens, Mayo-Agosto, 2014.
  1. José Luis Villacañas. Populismo. Madrid: La Huerta Grande Editorial, 2015.
  1. Veronica Giordano. “¿Qué hay de nuevo en las «nuevas derechas»? Nueva Sociedad, Noviembre-Diciembre de 2014.

Equivalencia, idiomaticidad, y regionalismo: sobre Nationalism and the imagination de Gayatri Spivak. (Gerardo Muñoz)

Spivak imagination 2015En su reciente ensayo Nacionalismo y la imaginación (Seagull Books, 2015), Spivak vuelve a un tema espinoso: repensar el nacionalismo. No caben dudas que es un debate que se palpa en la política global como una de las opciones críticas ante la consumación globalizadora que pone a prueba los índices clásicos de la soberanía moderna desde los flujos del capital financiero transnacional. Del referéndum escoces a Syriza, de Podemos a la ola soberanista en España, o incluso en las retóricas teleológicas latinoamericanas han recolocado (con recortes bruscos y arabescos precarios) la pregunta por una suerte de nacionalismo de las diferencias. Claro está, ya no puede tratarse de la monumentalización del primer nacional-republicanismo decimonónico, ni tampoco de un nacionalismo ‘liberacionista’ identitario, como aquel que emergió con la fuerza de la descolonización del Tercer Mundo en la partición mundial entre Norte y Sur en plena posguerra. Todo aquello es anecdótico, y está muy bien para los libros de historia.

Este es un tema a la orden del día que se encuentra solo en los bordes del ensayo de Spivak, ya que no aparece tematizado como necesidad política, ni como intervención directa en la crisis del horizonte de la imaginación (de izquierda) contemporánea. Spivak reconoce que el nacionalismo se encuentra agotado. Pero no agotado debido a la finalización de un ciclo histórico, a una arquitectónica social específica, o un proceso acelerado de la temporalidad homogénea de la filosofía de la historia (la necesidad subalternista en cuanto límite de la extensión de la subsunción del capital sigue estando como una labor actual). Spivak es mucho más tajante con el nacionalismo soberanista, situándolo en una escena primordial de la catástrofe de violencia fundadora. A saber, una imagen de la memoria:

“Como dije, nací en Kolkata, ciudad que fue evacuado en el momento de mi nacimiento…tenía cuatro años y estas fueron mis primeras memorias. Había sangre en las calles y no digo esto en un sentido metafórico. Esas son mis primeras memorias [de la Independencia en la India]: hambruna y sangre en las calles” (Spivak 8-9) [1].

Es una temprana imagen, pero que en su singularidad textual sintomatiza la escena del nacionalismo; su violencia y despojo, su territorialidad y esquizofrénica modernización por dotar el territorio de una lengua y un pueblo, de una religión contra los “barbaros” (la expulsión codificada de los muslámenes en el diseño mismo de la partición constitucional), de un Estado de derecho como operación legalista sobre el tejido sensible de la vida y de los vivos, de quienes son reconocidos y tienen (o no) el derecho de integrar la nación.

El nacionalismo es biopolítico, si bien la biopolítica no necesita del nacionalismo (es en torno a este terreno de la pregunta por la natalidad y la ciudadanía donde el ensayo de Spivak encuentra un límite, así como un filo productivo que extiende la discusión con Arendt, Balibar, o Habermas). El nacionalismo es biopolítico también en otro sentido, quizás aún más fundamental: mientras que la democracia trabaja sobre el terreno de la vida pública (la igualdad republicano de los todos iguales ante la ley), el nacionalismo explota el lugar de los afectos de lo privado. Es ahí donde se gesta la capacidad de su seducción, así como la amalgama entre civilidad (la persona) y el pastoreo de la población, de forma que extenderíamos la analítica de los seminarios de M. Foucault a la crítica cristológica del personalismo (identitarismo).

De ahí la co-pertenencia entre nacionalismo e imaginación, ya que la primera tiene como condición la producción y retroalimentación de la segunda. El nacionalismo es el aparato ideológico de la imaginación, o recuperando el conocido dictum de ‘Can the subaltern speak?’, el dispositivo que narrativiza la historia en lógica. En un sentido biopolítico fuerte, el nacionalismo diagrama el sentido de la vida y de la muerte, porque es el suplemento de la metamorfosis de una soberanía que es pre-nacionalista (pro patria mori) [2].

Si el nacionalismo es todo esto, ¿por qué volver a él? Sin dudas no puede ser por un esencialismo estratégico geopolítico al interior de la coyuntura actual. Esto abriría un espacio aun mayor para la reproducción del identitarismo, y por extensión, de la reificación de la imaginación. La apuesta de Spivak radica en que el nacionalismo al situarse en las filigranas más íntimas de la experiencia privada, en la retirada de lo íntimo, se entra a un espacio donde la imaginación puede entenderse de otra forma. Y lo literario recoge esa experiencia que para Spivak tiene la fuerza de ‘de-transcedentalizar’ al nacionalismo. Es la forma que, a contrapelo de la literatura (o la cultura letrada), Spivak llama la “oral-formulaic”; que en lugar de estar atravesada por la secuencia temporal, tiene su lógica en la equivalencia.

Pero, ¿qué equivalencia? Spivak hace notar inmediatamente que no se trata de una equivalencia en el sentido que consagra el principio general de equivalencia de la forma-dinero y valor en Marx. El principio general de equivalencia es el fundamento del dinero como forma de intercambio (traducibilidad), y que como ha notado recientemente Jorge Dotti, la morfología que estructura la cadena equivalencial de la construcción populista en Laclau [3]. La equivalencia presupone una maquinación integral a lo familiar y a lo propio, a la homologación de las partes iguales, dejando a un lado a la diferencia (es en este preciso sentido que la transculturación, matriz del nacionalismo, no es más que el “rostro culturalista” si se quiere, de la equivalencia). La equivalencia de la oralidad formulaica, según Spivak, sería el momento del reconocimiento de las lenguas subalternas al interior del nacionalismo; una potencia interna sin traducibilidad de la transculturación como condición de la imaginación.

Esta equivalencia es una equivalencia de lo poético, entendido a la manera de Jakobson, esto es, la equivalencia de la sonoridad del poema que libera de la carga de la significación (Spivak 23). Luego Spivak da un ejemplo que demuestra que esta acepción no se organiza a partir de una ampliación por vía de la acumulación de las lenguas subalternas, como si al dotarlas de un nuevo espacio presbeico, se hiciera el trabajo de la democratización absoluta en tiempos de la mundialatinización planetaria.

Digamos que nos encontramos en un aeropuerto y escuchamos un acento autóctono sureño (digamos que de Alabama), y que estamos acompañados de una persona que no sabe la lengua (el inglés). Reconocer la equivalencia por parte de quien no sabe el inglés (quien no reconoce el sentido) sería afirmar que aquello hablado no es simplemente el “inglés”, sino una “primera lengua” a la cual yo también tengo acceso (en mi primera lengua). Es una ardua e imposible tarea. Ese reconocimiento no es un reconocimiento en la lengua maestra, ni pasa por la articulación de la transculturación, sino por una extranjería a-locacional, complemente inestable ante la producción de sentido, aunque abierta a la singularidad de mundo. A la apertura de mi mundo, solo que ahora conocido en la singularidad irreducible del otro.

La equivalencia solo puede ser entendida como equivalencia de la idiomaticidad, en la medida en que lo idiomático siempre se encuentra más allá de lo calculable y la reducción al culturalismo. No parece que Spivak esté al tanto de la crítica reciente de J.L. Nancy al ‘principio general de equivalencia’ en ensayos como La verdad de la democracia o Después de Fukushima, pero lo cierto es que la “inequivalencia del comunismo” en Nancy reaparece en Spivak bajo lo que llamo aquí la equivalencia de la idiomaticidad de una singularidad radical tras la ruina del nacionalismo y sus máquinas transculturadoras.

Pero habrían al menos dos diferencias en el ensayo de Spivak en cuanto a la organización de una crítica de todos los aparatos de la maquinación equivalencial, y que se explicitan en la última parte de su ensayo. En primer lugar, estaría una deriva de la equivalencia idiomática a una propuesta disciplinaria, en específico para el campo de Comparative Literature en su diseño específico de los estudios literarios norteamericanos (una tarea ya comenzada en Death of a discipline):

“Lo que sugiero es que el principio de equivalencia debe estar al centro del impulso comparativista. La equivalencia haría posible otra forma de medir los términos por afuera de los nacionalismos de Occidente” (Spivak 30).

En el paso a la propuesta del campo de literaturas comparadas, hay cierto gesto entregado a la pedagogía – y no en cualquier pedagogía, sino en la pedagogía de la universidad moderna y sus registros categoriales contemporáneos – que destila poder y agenciamiento de transformación por parte del Maestro iluminado por composiciones de la luz (la iluminación de las elites de Columbia, pero también la luz negra o las sombras del trabajo de Spivak con los subalternos en la India. Esta dualidad la indica la propia Spivak).

Calladamente hay una praxis que inmiscuye en las condiciones de la argumentación. Es cierto que Spivak no sustancializa una transformación a partir de esta condición pedagógica, pero al programáticamente reafirmar la equivalencia al interior de un aparato institucional del comparativismo, tomando la “creolización de las literaturas” como horizonte histórico contemporáneo, pareciera apuntar a la propia crisis interna a la universidad; ya no entre lengua escritura y oralidad, sino entre la capacidad categorial y la crisis de los relatos transculturadores en la era de la globalización financiera (Spivak 58). No es difícil percibir en la apuesta de una nueva creolizacion, el gesto de una inscripción categorial que no da cuenta, y que no puede dar cuenta, de eso que Alberto Moreiras ha llamado recientemente la maquinación universitaria, en donde se produce la repetición del concepto sin mundo, e internamente, del saber sin disciplina (o lo que es lo mismo, la intensificación de lo ya disciplinado) [4].

La segunda diferencia estaría justamente en la apuesta política de Spivak, o sea en su llamado a una nueva reconfiguración del mundo a partir de un “regionalismo crítico” que supondría la “reinvención de Estado” (Spivak 48). Pero a su vez no hay Estado aunque no esté fijado sobre el territorio y que necesite, como estudió detenidamente James C. Scott en Seeing like a State, una legibilidad locacional. (Un regionalismo crítico entendido como “atopismo sucio”, tal y como lo habría propuesto Moreiras hace ya más de una década, es inconsistente con una articulación estatal. En un segundo término, porque el neoliberalismo contemporáneo pareciera tener hoy una articulación de la forma estado para cada desplazamiento en el patrón de acumulación del capital transnacional) [5]. Por esto y más es que innegablemente la cuestión del Estado es el tema central en tensión entre movimientos sociales, comunistarismo, y Estado en América Latina desde el renewal de la Marea Rosada. Escribe Spivak:

“La reinvención de un estado cívico en el llamado Sur Global, libre de todo identitarismo nacionalista, y más cercano al regionalismo crítico, es lo que hoy aparece estar en nuestra agenda….De ahí unas breves palabras sobre que supone reinventar el Estado; palabras que pudieran orientarnos hacia un espacio fuera de las humanidades. La reestructuración económica, como la conocemos, elimina las barreras entre el espacio nacional y el capital transnacional para que un sistema de intercambio pueda ejercer circulación globalmente. Dicho en términos más simples, no debería haber ningún problema con esto. En efecto, este fue el horizonte de aquel viejo espejismo, el socialismo internacionalista” (Spivak 52).

Esta es una gran apuesta de corte geopolítico en la deriva de la matriz equivalencial de la idiomaticidad hacia un “desarrollo nómico regional”. Una gran apuesta geopolítica que vuelve a reafirmar un regionalismo crítico con el fin de recuperar las viejas alianzas del internacionalismo tercermundista, e incluso como vuelta a una escena primordial alternativa del orden global: ya no la de la sangre y los muertos del nacionalismo de la India, sino un primer momento del Bretton-Woods de Dexter-White como nomos-económico contra-hegemónico. No me parecería excesivo llamar a la apuesta de Spivak un ‘katechon transnacional, salvo que pareciera que esa apuesta la sostiene hoy mejor que nadie el Papa Francisco desde eso que Vattimo ha llamado la Iglesia como nueva Internacional Comunista. Esta nueva internacional tiene sentido hoy como agenda gestional de la pobreza, menos ligada a la distribución real de los modos de producción o a la redistribución material de la riqueza. Quizás el fin del regionalismo crítico se deba a la transformación de los grandes espacios a partir de nuevos patrones de acumulación que ha vuelto improbable instalar límites de contención y demarcaciones soberanas fuera de una lógica heterocrónica de la violencia.

Si nuestro tiempo está marcado por el post-katechon, retomando el concepto de Gareth Williams, el regionalismo crítico (como la opción geopolítica del Sur, tipo BRICS, o el Franciscanismo internacionalista) estaría muy por debajo del redistribucionismo clásico del Estado benefactor, cuya recomposición estatal regional Spivak busca instalar en la escena de una nueva equivalencia post-nacional [6]. Y convendría preguntar hasta qué punto en tiempos post-katechonticos, el principio de redistribución coincide con una forma del pastoreo neoliberal para un nuevo “pobretariado mundial”. Si bien Spivak se distancia de los movimientos de “alter-globalización” a los que llama quizás de una manera un poco intempestiva “vendedores teatrales y filántropos de la contra-globalización” (ya que no ofrecen seguridad de principio distributivo real), no menos seguro es que la apuesta de un nuevo regionalismo de las equivalencias pueda forjar un “freno” a la imparable configuración des-enfrenada del capitalismo financiero.

Atadas a ambas, hay una temporalidad y espacialización de modernización que opera tanto en la restitución de un regionalismo crítico, como en el inmanentismo contra-hegemónico de la multitud. Fuera de estas dos opciones, por momentos dispares y simétricas (que requeriría pensar más detenidamente la opción ‘des-transcedentalizar’ junto a la inmanentización), habría que afirmar otro orden de politicidad al margen de la locación, así como del privilegio afinado en la lengua como nuevo pluralismo epistémico. Dotar a la imaginación de una potencia sin configuración de orden nómico, hacia una desistencia (idiomaticidad) que, acotada al efecto equivalencial globalizador, mantiene bajo llaves ese otro lado de lo singular e indecible del mundo.

Notas.

  1. Todas las citas de Spivak son del libro Nationalism and the imagination (Seagull Books, 2015). Las traducciones al castellano son mías.
  1. Ernst Kantorowicz. “Pro Patria Mori in Medieval Political Thought”. The American Historical Review 56, No. 3 (Apr., 1951).
  1. Según Dotti, el populismo de Laclau mimetiza para la construcción política la equivalencia de la forma dinero en Marx. Ver la entrevista a Jorge Dotti en el programa Odisea Argentina: https://www.youtube.com/watch?v=boLYV9S_Hcw
  1. Alberto Moreiras. “Maquinación. Ex Universitate”.(Position Paper for University of Minnesota Workshop on Socio-Historical Approaches, In Honor of Nick Spadaccini, November 2015.)
  1. Alberto Moreiras. “Irruption and Conservation: Some conditions of Latin Americanist Critique”. The Latin American Cultural Studies Reader. Duke University Press, 2004.

6.Gareth Williams. “Decontainment: the collapse of the katechon and the end of hegemony”. The Anomie of the Earth. Duke University Press, 2015.

Hiperneoliberalismo y los restos de Leviatán. (Gerardo Muñoz)

1. Leviatán fue el símbolo marítimo de la máquina estatal, como nos ha enseñando Carl Schmitt en su tratado sobre el « dios mortal » que tematizó Thomas Hobbes para la temprana modernidad. Es solo con el neoliberalismo que presenciamos su relativa desaparición o transformación, así como su plena descomposición contemporánea. En las playas frías del báltico solo queda su esqueleto como remanente que atestigua que alguna vez esa especie existió como jeroglífico soberano. Uno pudiera imaginar cómo, en las próximas décadas el Estado será imaginado como una forma tan bizantina como la propia iconología eclesiástica de Oriente.

2. El filme de Zviagíntsev trata, efectivamente, sobre el ascenso de un nuevo tipo de Estado (Segundo Estado mafioso, como diría Segato) que ya no es reducible a la simbología del Leviatán. Y aunque para esa novedad aún no tenemos nombre, si constamos con una economía de su fe: ahí donde se proyecta el despliegue del poder en la fase avanzada de la an-arquía del capital neoliberal. Esta fe da luz de futuro a nuevas grandezas que aparecen en boca del pope vestido en su túnica negra en el filme diciendo: « Rusia, ahora, regresa a su verdadero ser » [1].

Es el discurso de una nueva esperanzada retribución nómica-imperial del Este posterior al derrumbe comunista y a la entrada en la llamada « fin de la historia » planetaria. Este imperialismo – al menos en el film –no es nuevo. No se trata de explicitar la grandeza militar o tecnológica, sino de una trama triunfalista del cálculo; una soberanía capaz de atar los cabos entre el modelo secutirario, la flexibilidad del capital, la acumulación, y la derrota sobre los cuerpos. La nueva liturgia de la ley nunca aparece como misión bélica, sino como un dispositivo que florece lentamente sobre el interior mismo de la « casa » como última reapropiación de la intimidad y las formas de vida.

3. En su libro sobre el símbolo del Leviatán, Schmitt recoge una litografía del manuscrito Hortus deliciarum del siglo XII. Aparece ahí la imagen que reproduce la parábola del Cristo pescando con un anzuelo de su fe al gigante monstro marítimo (Leviatán). La imagen recuperada por Schmitt intentaba decir al menos dos cosas: a. que el Estado había sido siempre un animal subordinado a la fe (al complexio oppositorum, y verdadera legitimidad del poder mítico), y b. que solo desde la fe es posible re invitar un nuevo mito no-mecanicista, y por lo tanto ajeno a la valorización epocal del cálculo económico burgués.

En Leviatán ocurre lo opuesto: en plano neoliberalismo que todo arrastra en su disposición sobre el mundo y la tierra, el anzuelo de la fe es lo que termina destituyendo al Estado y a la unidad de vida. Quizás la secuencia más directa en torno a esta capacidad demostrativa de la fe, se materializa cuando vemos cómo la buldócer destruye la casa en un plano que se nos muestra desde el interior. Como una especie de anzuelo mecánico, la excavadora « Volvo » no « salva » sino que destruye, y en lugar de « instalar orden » solo crea superficies sedimentadas en un proceso que pudiéramos llamar una « geología de la destrucción y la producción de restos » (reformulamos aquí una variante muy próxima a lo que Sergio Villalobos-Ruminott ha propuesto recientemente en « La edad de los cadáveres ») [2]. El nuevo poder, por lo tanto, se desmarca de la oposición schmittiana entre la fe redentora del Christos y la « masacre kosher  del Leviatán ». La buldócer-anzuelo es el symbolon de un proceso de neo-liberalización en tanto apropiación de mundo que no ofrece futuro o redención; tan solo un suelo abstraído de la memoria y sus huellas.

4. La destrucción en Leviatán, asimismo, no deja rastros. En varios momentos del argumento, el poder opera no a partir de una « expresividad  sobre los cuerpos » de la escritura del terror, sino como simple desaparición (como notó Pablo Domínguez Galbraith). Un trazo que borran a los personajes para siempre del plano: no aparecen ante sus amigos, pero tampoco aparecen en celdas oscuras de un ultramundo que pudiera orientar cierta división fáctica entre « legalidad » e « ilegalidad », « orden / excepción » o « norma / tortura ». Los cuerpos aparecen y luego ya no son visto en ninguna de sus formas sustraídas de su ser (la ceniza, la fosa común, o el basurero). La producción de muerte, por lo tanto, alcanza por momentos un matiz que excede la producción de muerte de Ciudad Juárez (si pensamos con 2666, o la obra de Sergio González Rodríguez), o de los procesos de violencia expresiva de la narco-acumulación contemporánea en México.

Leviatán da cuenta de una nueva metamorfosis hacia un hiperneoliberalismo que ha logrado asumir en el interior de su racionalidad el secreto fundamental de la vida y la muerte en el movimiento compulsivo de la legalidad. Tanto Lelia (la esposa y amante) como Dimitri (el abogado) más que “asesinados o dados de baja”, son desaparecidos sin huellas ; cuerpos arrojados a la intemperie de un territorio que no los reconoce, puesto que la vida ha sido reintegrada, ahora sin costo político alguno, en los mecanismos de un siniestro totalitarismo social (en este sentido, los esqueletos de la ballena en la playa es crucial, puesto que en tanto Leviatán ya no « representa » al pueblo ni entra en juego con la multitud. Es un cadáver autorreferencial y post-dramático, en la medida en que no hay ni siquiera conflicto entre polis y multitud).

5. La trama del filme no es solo ilustrativa de los tiempos que corren en Rusia (para-legalidad, corrupción policial, mafias, dualidad de Estados), sino una proyección de la ontología política de nuestro presente. No es casual que los espectadores, siempre a la espera de la violencia afectiva y expresiva, queden desilusionados por el mensaje de Zviagíntsev, esto es, que la violencia hoy se encuentra en otra parte.

El filme apunta a una nueva legalidad constitutiva del orden del poder, donde priman los “procesos de Justicia” en un redoble de la antigua liturgia cotidiana que gobernaba el misterio de la vida antes del paso hacia la secularización de Occidente. En línea con los procesos de Kafka, Leviatán entiende que la nueva apertura se da a través de una espacialización litúrgica de la ley, de un infinito proceso que siempre te alcanzará, y para la cual no hay negociación del culpable. La operación del misterio se construye, así, como un nuevo brazo armado de las fuerzas oscuras de lo político.

Si por un lado pueden coexistir y trabajar en concierto organismos violentos y represores de la sociedad (el llamado “modelo secutirario” es su explicitación más visible), este pliegue esclarece el refuerzo de la legalidad por someter a los cuerpos, resistencias, y formas de vida. Si acaso nuestro presente vive en tiempos del fin de la contención katechontica, esto no implica realmente una entrada hacia la liberación anómica del mundo, sino más bien una nueva factoría de producción infinita de la esfera del derecho. Una legalidad que, al igual que la flexibilización del capital, opera a partir de eso que Salvatore Satta llama el “misterio del proceso”: la invención y reproducción originaria que encausa a todo aquel que busque desactivar el movimiento del progreso [3].

6. La película tiene muchos ecos de la trama del clásico Michael Kohlhaas, de Henrich Von Kleist. Aunque con una enorme diferencia: en la novela de Kleist, es Kohlhaas quien lleva adelante una revolución anárquica cometida contra una municipalidad y una ley que no alcanza a rendir justicia a su persona. En Leviatán, al contrario, la revolución permanente la lleva adelante el poder, en un despliegue de economías de la fuerza que intentan derrotar al enemigo ya no solo físicamente sino también desde la esfera jurídica y la “verdad”.

Leviatán nos ofrece una imagen impecable de una de las formas de la guerra civil global que continua más allá del deshielo post-comunista y la homogenización neoliberal del planeta. El neoliberalismo aparece aquí, entonces, como una nueva vanguardia revolucionaria (Lenin en toda la película solo aparece una vez, mientas la cámara se va alejando y perdiéndolo de foco y contrasta con el close-up del Jesucristo en el encuentro entre el pope y el alcalde) liderada por al esfera del derecho y sus dispositivos de control. Ya no es posible la resistencia – a la Kohlhaas – por lo que no es posible una política de la subjetividad llamada a transformar el presente político [4].

No queda nada claro si el último sermón del pope sobre el estatuto de la verdad y la mentira, vía el mensaje de San Pablo, funcionaría como una subversión de este nuevo poder tiránico o como la usurpación última de la forma diabólica en el espacio mismo de la potencia mesiánica. La pregunta por esta nueva forma de plasticidad infinita de eso que llamamos hiperneoliberalismo reactualiza la pregunta por la soberanía en sus diversas transformaciones contemporáneas sobre los terriotorios. Una pregunta que, sin temores ni entusiasmos, la pensadora Catherine Malabou ha buscado instalar en el campo de nuestras problematizaciones: ¿es posible hoy deconstruir la soberanía?

 

 

Notes.

1. Escribe José Luís Villacañas en su artículo “Leviatán”: “Si alguien quiere conocer la índole de los poderes emergentes en Rusia debería ver Leviatán, el filme de Andréi Zviagíntsev, candidato al Oscar a la mejor película extranjera. Atravesado por el mítico simbolismo de la poderosa bestia bíblica, la película muestra la estructura de la férrea maquinaria mafiosa gobernante que se extiende desde Moscú hasta la costa báltica, a través de una inmensa red de capilares en la que están implicados los restos del viejo aparato del Estado, sobre todo la policía resentida, corrupta y servil. Esta jerarquía es alentada en sus crímenes infames por la paralela legión de popes, que entrega sus servicios de limpieza de conciencia a cambio de poderosos beneficios materiales. No sólo fortalece la frágil e insegura mente del criminal ante su acción plagada de consecuencias inciertas, sino que refuerza la conciencia nacional rusa, representada de forma esencial con la fe ortodoxa. «Ahora Rusia vuelve a su verdadero ser», dice el pope revestido de gloria en el triunfante discurso final. Y ese verdadero ser es el nuevo leviatán que, poco a poco, hace resucitar al que, reducido a huesos, ha quedado varado en la playa del comunismo”. (http://www.levante-emv.com/opinion/2015/02/10/leviatan/1223735.html.

2. Sergio Villalobos-Ruminott. “Las edades del cadáver: dictadura, guerra, desaparición”. (Ponencia leída en el marco del congreso “Crossing Mexico”, Princeton University, Marzo 2015).

3. Salvatore Satta. Il mistero del proceso. Adelphi: Milán, 1994.

4. Podemos leer el accionar de Kohlhaas como alegoría del militante del siglo XX en la búsqueda de la trascendencia de la justicia retributiva. Es curioso cómo Lutero, quien también pertenece al momento del nihilismo moderno en cuanto subjetividad, aparece en la novela como pacificador del orden nómico alemán. Para ver un análisis contemporáneo sobre Kohlhaas, ver Dimistris Vardoulakis, Sovereignty and its other (Fordham Press, 2013).

¿”Frente único contra el neoliberalismo” o democracia poshegemónica? (Gerardo Muñoz)

Habría que abrir un debate público y reflexivo con los amigos Diego Sztulwark, Verónica Gago, o Raquel Gutiérrez Aguilar en torno a la coyuntura política actual de procesos en curso como el boliviano, la irrupción de Syriza en Grecia, y más recientemente el ascenso de Podemos en España. Se abre la necesidad de un diálogo en común sobre eso que Sztulwark en un balance de la izquierda reciente ha llamado un “Frente único contra el Neoliberalismo”. Vale citar ese momento en la elaboración de la propuesta de Sztulwark:

“Me interesa el espacio discursivo común que se abre entre América Latina y el sur de Europa. Algo así como un Frente Único contra el Neoliberalismo, para utilizar grandilocuentes fórmulas de la Tercera Internacional. Ese Frente tiene posiciones distintas: no son lo mismo los discursos populistas que los momentos autonomistas. Ese Frente tiene pendiente discutir qué cosa es el neoliberalismo y cómo se lo derrota. En ese sentido hay una dimensión experimental: en la calle o en instituciones, todos estamos probando. Me parece importante que todas las experiencias primero se reconozcan como compañeras de un Frente y no como guerras intestinas que solo denigran a otras posiciones. Y además evitar ser cooptados tanto por un izquierdismo abstracto y radical como por sectores de la burguesía que lo que quieren es un reformismo liviano. Ese Frente hay que volverlo visible” [1]

Atentos a la matriz extractivista constitutiva de la gran división de los espacios geopolíticos del Sur” (BRIC, es el grupo monolítico más visible), quedaría por preguntar y pensar las variables y los ejes de ese “frente contra el neoliberalismo”? [2] ¿Cuál sería la relación entre participación democrática y extractivismo en los diseños neo-desarrollistas de un neo-liberalismo que triunfa y se despliega desde abajo? Dicho en otras palabras: ¿cómo interrumpir el dispositivo que ensambla los diversos procesos flexibles de acumulación y la irrupción de nuevas voces neo-vanguardistas de gestión contra-hegemónica, siempre tan seguras de sus presupuestos y sus condiciones epistémicas? ¿Cómo pensar la democratización de las finanzas y su relación con el autonomismo o el “horizontalismo”? ¿Es suficiente un horizontalismo o comunistarismo voluntario para dar la batalla contra la ontología an-arquica del capital sin antes articular una crítica a la política como aparato moderno (hegemonía) y al principio general de equivalencia? [3]

Decía que este debate es sumamente interesante y necesario porque a partir de la explicitación del “frente único” – ni populista ni descolonizador – se abriría una “tercera opción” que sería lo que nosotros llamamos una “democracia poshegemónica” que exige un tipo de reflexión infrapolítica suplementaria y cuyo horizonte, al decir de Alberto Moreiras, es aprincipial [3].

Inmune al entusiasmo de la politización hiperbólica, pensar desde la poshegemonía asume la insuficiencia de su suelo enunciativo, así como la negatividad de la crisis desde la cual se instala. Ésta es una tarea que exige un máximo grado de intercambio común, así como de compromiso libertario con diversas formas de pensamiento, análisis, e imágenes.

 

Notas

1. Escuchar la intervención de Diego Sztulwark en el programa radial “Clinamen”, del 17 de Marzo. http://ciudadclinamen.blogspot.com/2015/03/que-abre-el-escenario-politico-del-sur.html

2. Veronica Gago & Sandro Mezzadra. “Para una crítica de las operaciones extractivas del capital”. Nueva Sociedad, N.255, Febrero de 2015.

3. Algo así es lo que parece pedir José Luis Villacañas a PODEMOS en un reciente artículo titulado “Insatisfacción general, con excepciones”: “No es poca cosa, pero no será lo que los lleve a la posición hegemónica. Así que creo que Podemos deberá ajustar su análisis para reconocer la estructura propia de una sociedad post-hegemónica, muy diferente de sus sociedades de referencia. Esto implicará aumentar su sentido republicano y rebajar su pasión populista”. http://www.levante-emv.com/opinion/2015/03/24/insatisfaccion-general-excepciones/1242366.html

4. Alberto Moreiras. “Infrapolitics”. (ponencia leída en Political Concepts Conference, Columbia University, March 2015).

Posiciones y apuestas de Crossing Mexico: Migration & Human Rights. (Gerardo Muñoz)

Primero, habría que decir que el evento que tuvo lugar en Princeton University bajo el título Crossing Mexico: Migration & Human Rights in the Age of Criminal Politics (pero que también se extendió a la New School of Social Research y a NYU) no fue una apuesta aislada de lo que varios de nosotros venimos pensando en los últimos años. Éste intentó abrir una escena crítico-política en torno a algunos problemas de este nuevo conflicto social y sus gramáticas que se extienden sobre los territorios de América Latina, pero cuya cartografía es hoy global.

Los que hemos venido pensado esto – los colegas Pablo Domínguez Galbraith, Jennifer Rodríguez, Jorge Quintana, Rita Segato, Rossana Reguillo, núcleos de amigos en Texas A&M, compañeros de Argentina y Chile, otros asentados en NYC o México- no ocupan ni quieren ocupar un pedestal de la hegemonía intelectual-académica contemporánea, a la cual entendemos como parte integral del reacomodo del poder simbólico en el momento de la consumación del nihilismo epocal instalado en el interior de la tardía universidad neoliberal. Situados dentro o fuera de la universidad, nos interesa lo que llamé en algún momento del congreso una posición marrana del intelecto. La tensión entre universidad y su afuera volvió con cierta recurrencia en los debates, si bien nuestra aproximación fue escasa y tímida por momentos.

En un momento en el cual la brutalidad de la universidad es explícita a todo nivel institucional- en términos de despojo, burocratización y fácil mercantilismo de ideas, precarización de la vida intelectual y sedimentación de la reacción política; continuos intentos de frustrar iniciativas que provienen desde abajo – apostamos por un tipo de intervención que busca acercarnos de manera transversal a nuestras realidades e iluminarlas, no desde el saber maestro y su suelo firme, tan común de la división del trabajo de la vida social, sino más bien desde la pregunta y el pensamiento que la coyuntura va arrojando sobre nosotros.

Esta apuesta marca nuestro límite y desacuerdo con todas las variantes de la razón criolla latinoamericana, así como de todo saber maestro, ya de por sí policial y disciplinario, de la universidad moderna constituida en su crisis no moderna, para parafrasear al homónimo libro del filósofo chileno Willy Thayer. No con esto queremos decir que la universidad no sea aun un espacio de tensiones productivas e incluso de problematizaciones al centro del abismo que nos sitúa a la palestra de una guerra global en curso y que pareciera ocupar la totalidad de eso que ingenuamente seguimos llamando “sociedad”. Solo asumimos que podemos dar una lucha y una apuesta dentro de otro tipo universidad: una universidad sin condiciones y atenta a la multiplicidad de actores, movimientos, discursos, lenguas, afectos, y pensamientos (no desde el “pluralismo” vulgar que aun esgrimen con temor las ideas del liberalismo o el más joven neo-liberalismo depredador).

Si el neoliberalismo ha podido dar su batalla desde abajo – conquistando afectos, cuerpos, y subjetividades en diversos grados de astucia y múltiples resonancias , como ha mostrado con fuerza recientemente Verónica Gago en su libro La razón neoliberal (Tinta Limón, 2015)- una conversación como la que estuvimos inmersos en los últimos días supone entender ya no solo la precariedad de las formas de vida contemporánea, sino la impotencia del poder en su fase an-árquica de acumulación cuyo tejido va elaborándose a partir de violencias expresivas sobre los cuerpos. Subrayamos esta “impotencia del poder”, puesto que las violencias que se ejecutan y diagraman sobre los territorios (desapariciones, desmembramientos, masacres masivas, nueva opacidad del poder) han dejado de pertenecer a la matriz concertada del poder, para signar una nueva forma oscura de un tipo de fuerza para la cual no tenemos nombre. Como nos ha enseñado Rita Segato, solo podemos leer el poder actual a partir de sus efectos. Nos encontramos en un nuevo “infierno” para el cual no hay Virgilio que nos acompañe.

Es obvio que toda esta novedad – “novedad” que es solo nueva en la medida en que explicita el imperi arcanum de la excepción soberana de la región, como propuso Villalobos-Ruminott – nos interpela a la vez que arruina el aparato categorial de la teoría política moderna, así como de las formas vinculantes del pensamiento “interdisciplinario” de la universidad contemporánea. No hay rigor con el cual, por lo tanto, podamos articular un mero ‘qué hacer’ vanguardista, puesto que los principios mismos de la acción y sus ontologías correspondientes han dejado de operar ante la inmanente dis-posición (o “sistematización del mundo”, digamos) del misterio de la fuerza que nos conduce hacia un nihilismo voraz de lenguas e intelectos.

Cómo hacerlo – quizás sea esa una forma mucho más modesta (que se abre hacia una relación inconmensurable más allá de todo cómputo), pero incisiva en la larga sombra que nos contiene en la insolación de un desierto global. Si al final de este evento, Segato afirmó que todo “fascismo es anti-teórico, y que la teoría es una pasión feliz” – lo que resonaba del pedido de la antropóloga frente a la crisis actual no era un abandono o retirada (patéticamente a veces entendida como suspensión de la “acción”), sino más bien un pensamiento que constantemente deshace los hilos de sus propias condiciones, puesto que ya ha dejado de hablar desde la sabiduría o la certidumbre escolástica.

Ese pensamiento salvaje y aprincipial (los términos los ha venido trabajando Alberto Moreiras y el Colectivo Infrapolitcal-Deconstruction) es el que hoy suscribimos como una modalidad para reflexionar en el interior de este infierno transitorio. Se nos hace lógico, por eso, comenzar una serie de podcasts que llamaremos “Pensamientos sin principios” que buscará seguir profundizando algunas ideas que se pudieron generar en conversación con una red de amigos, y así seguir los ecos sonoros que el evento Crossing Mexico ha conseguido instalar en la ontología del presente.